El 10 de octubre de 2022 muchos
dirán que celebramos 40 años de democracia ininterrumpida. Muchos otros
contestaremos que son 40 menos uno. Que en 2019, con el pretexto de un fraude electoral nunca
demostrado, se produjo el derrocamiento inconstitucional del presidente Evo
Morales para dar paso a un gobierno que jamás de los jamases podrá quedar
inscrito en el registro de la legalidad democrática.
El gobierno presidido por Jeanine Áñez, fue producto de la violación
a la Constitución y a los reglamentos legislativos para convertirse en tal y a
continuación ejerció el poder de manera autoritaria, violatoria de los derechos
humanos y corrupta. La ex presidenta está en la cárcel, sentenciada a diez años
de reclusión por vulnerar la Constitución y las leyes, y su principal
colaborador, el ex Ministro de la muerte, Arturo Murillo, también está en la
cárcel (Miami, Florida) por negociados en la compra de materiales represivos destinados
a masacrar al pueblo.
Acabo de visionar “Argentina,
1985” (Santiago Mitre, 2022) extraordinario documento cinematográfico que
registra la titánica tarea de los fiscales Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo
en el enjuiciamiento y condena de los nueve jerarcas militares argentinos que
sembraron el terrorismo de Estado entre
1976 y 1983, encabezados por el Teniente
Coronel Jorge Rafael Videla. En el final
de su vibrante alegato, Strassera, (personificado por Ricardo Darín),
pronunciaría una frase-consigna que
quedará marcada en la memoria histórica de América Latina: “Nunca más”.
No sucedió lo mismo en Bolivia
que precisamente en 1985 inauguraba dos décadas de neoliberalismo con la
participación de un hermano de sangre de Videla dentro el “Plan Cóndor”, el
General Hugo Banzer Suárez, que luego de dejar el gobierno en 1978, después de
siete años como dictador, reingresó a la política por la puerta democrática con
la fundación de su propio partido, Acción Democrática Nacionalista (ADN), que
apuntaló el reajuste estructural dictado desde el Consenso de Washington a
través del Decreto Supremo 21060 con el
que empezaba a funcionar la democracia de pactos, interviniendo la Marcha por
la Vida, dejando sin trabajo a 23 mil mineros y confinando dirigentes
sindicales –esa sí que era persecución política de verdad—a la localidad de
Puerto Rico, Beni.
En 1985, el gobierno de Raúl
Alfonsín respaldaba en Argentina a Strassera y Moreno Ocampo para enjuiciar y
sentenciar a los militares golpistas genocidas. En 1985, el cuarto gobierno de
Victor Paz Estenssoro firmaba en el Palacio Quemado de Bolivia, el Pacto por la
Democracia, reeditando lo que fuera en 1971 el golpista Frente Popular
Nacionalista (FPN) encabezado por Banzer con la participación de las Fuerzas
Armadas, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y la Falange
Socialista Boliviana (FSB).
En mis cuarenta años de
periodismo, vale decir en los cuarenta años de democracia menos uno, no se me
pasó por la cabeza que volveríamos a tener en Bolivia, otra vez, golpistas con
distintas jerarquías y diferentes intensidades de actuación. Estaba convencido
de que el último gran enemigo de la democracia y sus libertades ciudadanas se
llamaba Luis García Meza, pero en 2019, fui desmentido por una realidad
lacerante con el regreso de las fuerzas militares y policiales a las calles
para perseguir, amedrentar, apresar indebidamente, sembrar pruebas
incriminatorias, esta vez , contra los actores de la esfera popular boliviana
que cometieron sacrilegios tales como los de hacer flamear wiphalas en las
carreteras y en las barricadas oponiéndose a la llegada de los golpistas de
nuevo Siglo que entre los desmanes, torpezas, y crímenes cometidos, demostraron
por qué Bolivia, entonces, había dejado de ser democrática, a pesar de la vigencia
de la Asamblea Legislativa Plurinacional presidida en sus dos cámaras por
representantes del MAS, que estuvo a muy poco de quedar políticamente
intervenida y clausurada por el gobierno de Áñez y sus esbirros.
Quienes se llenaron la boca de
virtudes democráticas desde 1982, terminaron tan golpistas como sus antecesores
y mentores político ideológicos. Así, Tuto Quiroga termina su carrera política
tan golpista como el Gral, Banzer. Lo mismo que Oscar Ortíz. Lo mismo que el
hijo de un falangista del golpe de los 70, hoy gobernador de Santa Cruz, Luis
Fernando Camacho. Lo mismo que Carlos Mesa, el vicepresidente de Sanchez de
Lozada, adorador de Paz Estenssoro. Lo mismo que Samuel Doria Medina. Lo mismo
que Waldo Albarracín. Lo mismo que Rolando Villena (+). Lo mismo que curas
católicos como Monseñor Eugenio Scarpellini (+).
Hay que recordar por estos días a
los auténticos luchadores por las libertades ciudadanas, y en este último
tiempo, a quienes, desde las carreteras y las organizaciones sociales se
movilizaron para recuperar a través de elecciones producidas en 2020, la senda
de la democracia con gobernantes electos por el pueblo.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 08 de octubre
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