Los ítems
fantasmas de la Alcaldía de Santa Cruz, el sobreprecio del vertedero municipal
de esa ciudad, el chapucero intento de compra de ambulancias de la Gobernación
de Potosí, la otorgación de detenciones domiciliarias a monstruos masculinos
que violan y asesinan, a cargo de jueces protegidos por el mismísimo Consejo de
la Magistratura, el mal uso de un despacho
departamental para armar una farra impresentable que bien podía
organizarse en algún domicilio particular, los pedidos de porcentajes para cualquier
tipo de trámite en municipios de distintos lugares del país y una lista inacabable de dispositivos surgidos
de la viveza criolla, ponen en evidencia cuán torpes han sido los autores
de todos estos dislates de utilización
de lo institucional para beneficio privado, concepto principal de corrupción en
el ejercicio del servicio público.
Ángelica Sosa,
ex alcaldesa de Santa Cruz de la Sierra; Jhonny Mamani, gobernador de Potosí y
Gonzalo Alcón, ex presidente del Consejo de la Magistratura han ingresado en la
galería de los funcionarios públicos que han tenido la capacidad de dejar todas
las huellas digitales posibles acerca de conductas y acciones reñidas con la
honestidad y la transparencia. El de Sosa es el único caso de las figuras
opositoras al MAS a la que no le han desplegado la cortina de la persecución
política que es la estratagema para tapar delitos en supuesta defensa de la
democracia y la libertad. Es decir, no puede ser una perseguida política porque
los escandalosos indicios informan que se trata de alguien que amasó mucho
dinero corrompiendo el funcionamiento del municipio cruceño.
Sosa, Mamani,
Alcón y muchísimos otros están fritos. Hay papeles desarchivados del desván de una despechada señora, hay
evidencias de cuentas bancarias, hay personajes de distintos tamaños que han
sido descubiertos en sus conexiones y que armaron aparatos para su beneficio y
que por supuesto sólo pueden funcionar con los engranajes de las burocracias,
las firmas autorizadas, y los vistos buenos de funcionarios intermedios. Los
mejores ejemplos de esto son los hermanos Parada que hasta por apariencia
física resultan gemelos. Está claro: Tuvieron oficio y años de ejercicio para
generar dineros para trabajadores que nunca trabajaron y a los que se les daba
mendrugos de pan a cambio del uso de sus identidades.
Los hasta aquí
descritos, digamos que van dejando evidencias a cada paso que dan y por eso
terminan presos, prófugos y alguno más astuto consiguiendo refugio político
fuera del país, pero si hay corruptos a los que hay que reconocerles sagacidad
para aprovechar sus circunstanciales cargos en la gestión pública, son esos que
no dejan una sola hilacha en el trayecto y a los que no se puede acusar de
absolutamente nada porque no hay rastro
alguno que pueda incriminarlos. “Esos son los elegidos” dirían Les Luthiers.
El que dice que
no hay crímen perfecto en lo concerniente al ejercicio de un cargo por elección
democrática, designación meritocrática o peguismo partidario está equivocado
por desinformación o porque más conviene no husmear en sitios peligrosos que
pueden generar consecuencias funestas. Vayamos a un ejemplo de cómo funciona la
corrupción invisible: Compra de plantines para adornar plazas y jardineras de
una ciudad. El proyecto tiene un precio de un millón de bolivianos. Hay que
licitar y adjudicar de entre tres propuestas. Gana la mejor por precio y
calidad. No hay sobreprecio. No hay gastos adicionales. No hay reprogramación
financiera del costo original porque hay cumplimiento en los plazos de entrega.
Pero resulta que el precio real “entre nos”, es de solamente 700 mil
bolivianos, información que nunca llega a saberse porque contratante y
contratado han gestado un acuerdo de palabra. Un acuerdo secretísimo por
supuesto. Dicho y hecho, la empresa termina el trabajo, cobra el millón y
transfiere “a terceros” 300 mil bolivianos. El nombre de la autoridad no
aparece por ninguna parte, no hay una firma que lo incrimine, su “comisión” es
entregada en efectivo (los maletines de siempre) o se deposita en cuentas de
palos blancos. Esa autoridad o funcionario se ha aprovechado del cargo para
embolsar un monto, producto de su poder de decisión. ¿Hay delito? ¿Dónde? ¿Y
las pruebas? Sin ellas no se puede acusar a nadie. Los silenciosos “acuerdos de
caballeros” no forman parte de código penal alguno.
Para completar
el cuadro, la autoridad o funcionario que actúa de esta manera, sin dejar
vestigio alguno de sus habilidades, toma previsiones para no caer en el redil
de la legitimación de las ganancias ilícitas y para ello, todos los bienes
adquiridos y las cuentas bancarias
locales e internacionales se encuentran a nombre de terceros, los mismos u otros
que embolsaron los 300 mil bolivianos.
Son unos verdaderos perfeccionistas en la consumación de actos de
corrupción de gran estilo y de los que nunca nos enteraremos.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 12 de febrero.
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