Como un
cortocircuito que daña la provisión de energía eléctrica a una casa o a un
barrio, así fue el gobierno transitorio de Jeanine Áñez con las consecuencias
que ya todos conocemos: En lugar de administrar gubernamentalmente el paso
hacia una nueva elección de manera expedita, decidió posponer la realización de
nuevos comicios lo más que se pudiera hasta que esa dilación se convirtió en la
mejor arma de rearticulación del Movimiento al Socialismo (MAS) que con el
bloqueo de carreteras de agosto (2020) y una campaña muy presencial de su
binomio Arce-Choquehuanca, a pesar de la pandemia, tuvo al partido-instrumento
liderizado por Evo Morales de regreso al Ejecutivo, más pronto que tarde a
través de la voluntad popular expresada en las urnas.
Terminamos 2021
y comenzamos 2022 en el proceso de superación del trauma colectivo que generó
ese gobierno del virus, en el que una enfermedad de escala planetaria y
altamente contagiosa se ha convertido en metáfora expresiva del último brutal
autoritarismo soportado por nuestra Bolivia históricamente caracterizada por la
expoliación de sus recursos naturales, la explotación de sus mayorías
proletarias y campesinas, la violencia política en todas sus expresiones, desde
la psicológica hasta la masacre como método de acallamiento a los de abajo,
aquellos que hasta hoy siguen empeñados en creer posible un país con
identidades varias y autodeterminación a pesar de tantos terratenientes,
empresarios, militares, policías, embajadores con instrucciones injerencistas y
curas católicos que a lo largo de la República-Estado Plurinacional supieron
ponerse de acuerdo para proscribir las voces mayoritarias y silenciarlas hasta
la eliminación física cuando fuera necesario como ha sucedido con por lo menos una docena de
masacres perpetradas en Bolivia entre 1921 y 2019.
Transitando ya
la tercera década del siglo XXI me ha quedado grabada la desoladora
constatación de que la nueva configuración de las clases medias citadinas, los
nuevos estímulos multisensoriales con los que funciona a diario, el surgimiento
de una extrema derecha provista de anzuelos religiosos para atrapar a sus desprevenidos
seguidores del mundo popular, han dado lugar a una terminante insensibilización
con respecto de los derechos humanos y de las muertes de ciudadanos como
producto represivo político de vigilancia y control social para que los
revoltosos no osen pensar nuevamente en catapultar a algún representante suyo
hacia las instancias del poder político.
En ese contexto,
el ejercicio periodístico al que decidí apostar desde diciembre de 2019 ha
desembocado en la publicación de “Democracia
interrumpida, crisis de Estado y gobierno de facto en Bolivia”. Se trata de
un libro en el que se registra una historiación de la violencia política y de
las masacres a lo largo de nuestra historia, así como de las noticias, las
lectoescrituras de los acontecimientos y los reportajes sobre hechos y
personajes que caracterizaron el derrocamiento del gobierno de Evo Morales y al
gobierno transitorio que encapsuló al país en una suerte de compendio de las
peores expresiones que en su momento definieron el perfil represivo de la
Revolución de 1952, las dictaduras
militares de los 70-80, el perfeccionamiento de un aparato extorsivo a través
del ministerio público e instancias judiciales, y el montaje de un aparato diseñado
para armar negocios de distintos calibres que dieron lugar a una corrupción
galopante. Investigando, escribiendo, comparando datos, constatando versiones
de difícil verificación he logrado espantar a los espectros de la muerte y a sus
secuaces y a los ladrones de cuello blanco que ahora gritan cínicamente
¡persecución política!.
No tengo otra
cosa que palabras de agradecimiento para Pedro Brieger, periodista y sociólogo
argentino, director de Noticias de América Latina y el Caribe (NODAL), y
Claudia Benavente, directora de La Razón, por haber creído en mi trabajo y
haberlo sostenido durante estos últimos dos años con gran convicción. Debo
mencionar, además, a Miguel Gómez, jefe de redacción de La Razón y a Alvaro
Cuellar, editor del CIS, por haber leído y editado todos los textos con
rigurosidad profesional.
“Democracia interrumpida” consta de cinco
partes que será publicado por el Centro de Investigaciones Sociales (CIS) de la
Vicepresidencia del Estado, y es producto, en primer lugar, de la elaboración y
edición de productos periodísticos que ha tenido lugar en estos medios de
comunicación digitales e impresos en los que he podido expresarme a mis anchas,
impugnando desde la recolección de los datos y las lecturas de las conductas
públicas de sus protagonistas, lo que fue un gobierno del que sus personeros
ahora reclaman debido proceso y respeto a sus derechos, esos que ellos violaron
sistemáticamente enceguecidos por una criminalización que terminó
convirtiéndose en su tumba política.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe del diario La Razón de La Paz el 01 de enero.
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