Desde el momento
en que el ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo informó acerca de un plan
para ejecutar un magnicidio contra el presidente Luis Arce Catacora (19 de
octubre), los temerarios a la cabeza del gobernador de Santa Cruz, Luis
Fernando Camacho, bajaron los perfiles públicos ostensiblemente. Las voces que
hasta ese momento asediaban al gobierno por el finalmente desestimado proyecto
de ley contra la legitimación de ganancias ilícitas, pero sobre todo las que
mantuvieron a Bolivia entretenida en el esmerado afán de la falsa
contraposición entre fraude y golpe, hicieron silencio, al punto que hoy por
Comunidad Ciudadana (CC) su jefe nacional, Carlos Mesa se limita a tuitear,
aunque a la hora de poner la cabeza en la almohada debe recordar su
protagonismo en la opereta de la sucesión inconstitucional de Jeanine Áñéz.
A las
oposiciones al Movimiento al Socialismo (MAS) se les acabó la coartada sobre la
eternización de Evo Morales en el poder. El momento en que se anularon las
elecciones del 20 de octubre de 2019 y se produjo la renuncia de los primeros
mandatarios se había terminado la aventura “la reelección es un derecho
humano”. Esa era la idea-fuerza con la cual se pretendió bañar de legitimidad
la conspiración civil-militar-eclesial que depuso no al candidato Morales, sino
al presidente Morales, lográndose que no sólo renunciara a seguir postulándose
a la presidencia, sino que se le arrebatara el derecho a concluir su mandato
constitucional previsto para el 22 de enero de 2020.
Dados los
nefastos resultados de lo que fue el gobierno transitorio a la cabeza de Áñez y
considerando los grados de compromiso y responsabilidad de los actores que
propiciaron la transición espuria, era necesario activar una maniobra
distractiva que desviara la atención del recuento y el análisis de lo que fue
un gobierno sistemático violador de los derechos humanos, de naturaleza
violenta, represesiva y además corrupta, y para eso ha servido a lo largo y
ancho de 2021 utilizar el “fue fraude, no fue golpe” a fin de eludir
astutamente el involucramiento de grupos de choque, candidatos adversarios del
MAS, generales y coroneles, curas y embajadores con un gobierno que no sólo vulneró
el estado de derecho, sino que tuvo la habilidad de hacerlo retrotrayéndonos a
las prácticas persecutorias y represivas de las dictaduras militares de los 70
en América Latina, con el añadido del funcionamiento de un aparato extorsivo
puesto en vigencia desde algunos lugares de la justicia y del ministerio
público.
El primer año
del gobierno de Arce-Choquehuanca ha estado dominado por una discusión sin
sentido, por un debate que se ha convertido en la perfecta excusa para no hablar
de lo medular de un gobierno que hizo de la transición un asalto a la
estructura de poder adaptándola a la codicia de su principal protagonista, el
ministro de la muerte, Arturo Murillo, a la vocación militarista de su ministro
de Defensa, Fernando López, a la persecución financiera escondida debajo las
sotanas del Opus Dei a cargo de Oscar Ortíz, y a la inconmensurable combinación
de ingenuidad y rencor de Jeanine Áñez, que hoy reclama respeto a sus derechos,
esos mismos que ella decidió pulverizar con decretos como el 4078 que
habilitaban licencias a las Fuerzas Armadas para matar en Sacaba y en Senkata.
De la coartada
sobre el desconocimiento a los resultados del referéndum del 21 de febrero de
2016, se produjo un salto con garrocha hacia la coartada del “fraude no golpe”.
Con ese artilugio se evidenció la descarada astucia de eludir referirse a los
negociados repletos de indicios que comprometen a la ex presidenta Áñez y a
varios de los que fueron sus ministros. Con ese señuelo se inauguraron Derechos
Humanos VIP versus Derechos Humanos plebeyos de los que no se dijo una sola
palabra desde escenarios paraestatales del gobierno transitorio como el CONADE
en los que se defendió abiertamente a la Resistencia Juvenil Cochala con la participación
de la republicana española Amparo Carvajal, que más parece hoy una vieja
militante de la dictadura franquista.
Cautelosas ante
el descubrimiento de un posible caso Terrorismo 3, las oposiciones de la
derecha boliviana saltan de coartada en coartada para mantener vigencia. Se
niegan a intentar estudiar e incorporar en su comprensión del país a la Bolivia
popular ahora prevenida ante cualquier nuevo brote desestabilizador de la
democracia. Es más fácil inventar trampas a instalarse en escenarios mediáticos
y de redes sociales que les son afines, que una lecto escritura de un proyecto
político alternativo.
La nueva
coartada ya está en marcha. Y para intentar su instalación figuran los comités
cívicos a la cabeza del Pro Santa Cruz que dice que el autoritarismo del MAS
prepara una batería de leyes para controlar el Estado de arriba abajo, de
izquierda a derecha, a través de la siempre destemplada vocería ejercida por su
mandamás Rómulo Calvo.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el sábado 06 de noviembre
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