La abrumadora
mayoría de los caídos entre octubre y noviembre de 2019, perecieron baleados
por militares y policías. Si Jeanine Áñez hubiera interceptado los ímpetus represivos
para cometer las masacres de Sacaba-Huayllani y Senkata, probablemente su
cuadro jurídico no sería tan comprometedor y no la tendría situada muy cerca de
una sentencia condenatoria que según expertos bordearía una década de privación
de libertad. Si el camino no hubiera sido el del ensañamiento persecutor y
criminalizador incluso el tema de su irregular e inconstitucional llegada al
poder podría ser objeto de cierta condescendencia judicial.
El problema
central de la discusión política en Bolivia es que los derechos humanos de
muertos, heridos, detenidos, perseguidos y extorsionados por fiscales luego del
golpe de Estado, se convirtieron en izquierdos humanos, en tanto los autores de
ese bodrio al que sus gestores llaman gobierno de transición, padecen de
disonancia cognitiva que consiste en el choque de dos creencias, y por ello los
derechos humanos en Bolivia fueron convertidos en izquierdos, es decir en
derechos para ciudadanos de segunda, esos que no tienen familiares con capacidad de pago para
un aviso necrológico en algún diario y por lo tanto no son merecedores de un
tratamiento prioritario en los estrados judiciales. El ejemplo más ilustrativo
es el del jefe de CC, Carlos Mesa: De acuerdo a los valores inculcados por sus
padres, insignes intelectuales, el respeto por la vida y las convicciones
políticas no pasa por la militancia partidaria, pero como el ex candidato
profesa un obsesivo rencor contra el MAS (es feo perder por paliza), entonces opta
por el silencio y mirar para otro lado. Conclusión: Vale más el rencor antievista que las
convicciones humanitarias.
La disonancia
cognitiva se manifiesta en la premeditada decisión de no referirse a los hechos
luctuosos desatados a los pocos días en que Áñez – Murillo – Ortíz capturaron
el poder. Ninguno de los actores de ese huachafo cambio de gobierno se refiere
al dolor y la tragedia que se produjeron apenas lograron consolidar la
sustitución de Evo Morales en la presidencia y esto alcanza a candidatos,
abogados y asesores de campaña, dirigentes cívicos, embajadores, mandos
militares y policiales, activistas paramilitares y parapoliciales, amigos de la
embajada de los Estados Unidos y jerarquía católica.
En este
contexto, las movilizaciones producidas en Santa Cruz y en Potosí que derivaron
en un paro de características similares al
gestado en octubre-noviembre de
2019 sirvieron, por añadidura a la búsqueda de la abrogación de la ley 1386, como
maniobra distractiva para que el país no se enfocara en recordaciones y
homenajes a los muertos y a las víctimas de una persecución judicial que
todavía tiene consecuencias en quienes las padecieron. De esta manera vamos
pasando de largo este noviembre de 2021 sin espacios y tiempos para evaluar
como es debido el desastre gubernamental con el que se combatió el prorroguismo
de un candidato-presidente.
El dilema
fraude/golpe, en consecuencia, pasa a un segundo plano cuando somos testigos de
la muerte de esos nadies que ejercían precisamente lo que se llama derecho a la
protesta por la manera en que su líder fue defenestrado, ese derecho que ahora
se reivindica como incuestionable por las formaciones políticas y cívicas
opositoras al gobierno de Arce Catacora. Nadie quería volar la planta de
Senkata y en el puente de Huayllani se abrió fuego contra unos manifestantes
armados de palos y piedras. Eso es lo terrible e inadmisible de lo hecho por el
gobierno de Áñez que creyó ciegamente en sus ministros Arturo Murillo y
Fernando López.
La corporación
gagá de opinadores principalmente atrincherados en rabiosos diarios y ediciones
digtitales antimasistas, gran parte los responsables del tráfico informativo
radiofónico, los presentadores de programas televisivos con dotes de maestros
de ceremonias, los opinadores en redes sociales y alguna prensa transnacional
hegemónica, no dirán jamás una palabra acerca de las atrocidades cometidas
durante el régimen de facto al que ellos le llaman “gobierno de transición para
la pacificación” que consistió en eliminar físicamente a aymaras y quechuas,
perseguir “masistas” en Montero o en Yapacani, o plantar detenciones
preventivas que todavía tienen consecuencias de espanto: Siguen sin llegar los
sobreseimientos para las víctimas de un sin número de delitos nunca cometidos.
Derechos humanos
son los de la pobre Jeanine Áñez. Esos son verdaderos derechos humanos
defendidos a capa y bastón por Amparo Carvajal, la prorroguista mandamás de la
Asamblea Permanente fundada por Julio Tumiri que debe estarse revolcando en el
más allá de cómo semejante institución ha sido malversada por ella y su
guardaespaldas, Manuel Morales, del también malversado CONADE. Los otros son
Izquierdos Humanos, esos de menor categoría que corresponden a los desheredados
de la tierra.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 20 de noviembre
No hay comentarios:
Publicar un comentario