Los admiradores
del mítico Victor Paz Estenssoro, líder de la Revolución de 1952 y cuatro veces
presidente de la República, ya deberán resignarse ante las evidencias
históricas que dan cuenta de la impronta del General Hugo Banzer Suárez en la
política boliviana del último medio siglo. El día en que el Doctor Paz decidió
apoyar el golpe de agosto de 1971 (98 muertos, medio millar de heridos)
hipotecó para siempre al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) que se
fragmentó en varios “emenerres” y cabó su tumba que lo tiene como cadáver
insepulto desde 2003, año en que Goni se derrumbó por sus crasos errores de
apreciación sobre un país que estaba a punto de cambiar. El principal
propiciador de la nacionalización de las minas, la reforma agraria, la reforma
educativa y la instalación del voto universal, que había renunciado a la
presidencia en 1964, producto de la conspiración de su Vicepresidente, el Gral.
René Barrientos Ortuño, regresaba del exilio de Lima para subordinar a su partido al
militarismo bien conectado con el poder hegemónico imperial. Dicho y hecho, una
vez que las Fuerzas Armadas se consolidaron en el poder, en 1974, Banzer luego
de haber utilizado a movimientistas y falangistas para pasarle un barniz de
legitimidad a su dictadura, se deshizo
de ellos, para armar un gabinete exclusivo de generales, coroneles, almirantes
y contraalmirantes.
A partir de
entonces Banzer no dejó de ser más importante y decisivo en la agenda política
boliviana que Paz Estenssoro. Tan evidente fue la visión estratégica del
dictador de los 70, que en 1985 se acercó nuevamente al MNR, ya en igualdad de
condiciones partidarias al haber fundado
Acción Democrática Nacionalista (ADN) en 1979. Banzer había pasado de su
septenio autoritario con terrorismo de Estado incluido, al escenario
democrático en el que a través del Pacto por la Democracia se recomponía su
relación con el MNR pazestenssorista, ofreciendolé apoyo desde el parlamento,
sin condicionamientos, y valiéndose de los contactos de un par de tecnócratas de
su partido para facilitar la llegada al país del economista de la Universidad
de Harvard, Jeffrey Sachs, encargado de escribir los lineamientos inaugurales
del neoliberalismo que adquirió carta de ciudadanía con el decreto 21060 que
rigió la política económica boliviana durante veinte años. De esta manera, el
MNR, la ADN, el empresariado privado y las fuerzas militares sometidas al poder
civil democrático, iniciaban un nuevo ciclo en la historia de Bolivia.
PACTO
Banzer había combinado
el aceite con el vinagre, amigando al MNR con sus antiguas víctimas de la
Falange Socialista Boliviana (FSB) que en pacto civil militar se repartieron el
primer gabinete de ministros el 21 de agosto de 1971. Veintidos años más tarde,
el mismo General asoció a su ADN con quienes fueran activistas en la
clandestinidad que lo combatieron, encabezados por Jaime Paz Zamora del
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) poniéndole la firma al Acuerdo
Patriótico (AP) entre 1989 y 1993. Dos conciliaciones partidarias de apariencia
imposible fueron gestadas por este militar, único en América Latina entre sus camaradas
del Plan Cóndor, por haber sido capaz de regresar al poder por la puerta
democrática: Sólo en Bolivia podía suceder semejante cosa, dice el lugar común.
Banzer se metió al bolsillo a Paz Estenssoro en 1971, se lo sacó de encima en
1974 y se abuenó con él en 1985. En buenas cuentas, hizo lo que le dió la gana
con quién alguna vez definiera el poder como un maravilloso instrumento.
También lo hizo con los miristas de Paz Zamora, a quienes persiguió en su
dictadura por comunistas que querían “sustituír la gloriosa tricolor por el
trapo rojo con la hoz y el martillo” para en 1989, a través de un impensado
acuerdo entre la derecha y la izquierda con perfil social demócrata (ADN-MIR), sacar
otra vez de en medio al cerrándole el paso a la presidencia a Gonzalo Sánchez
de Lozada que había ganado las elecciones de ese año.
En 1995
entrevisté al Gral. Banzer en su oficina de la calle Hermanos Manchego (Fundemos)
y en el piso 10 del edificio Gloria de avenida Arce, apartamento en el que
residía en La Paz. En las dos entrevistas me hizo un par de revelaciones que
explican su dimensión: “Decidí romper las negociaciones con Sánchez de Lozada
para definir la presidencia de la República porque me ofreció dinero a cambio
de mi respaldo. Me ofendió de tal manera que nunca más quise saber de él. Creyó
que con su fortuna todo era posible y conmigo se equivocó, por eso al final nos
sentamos a conversar con el MIR y decidimos apoyar a Jaime que había sido
tercero en las elecciones para que asumiera la presidencia.” En el segundo
encuentro le pregunté si era cierto que le había sacado la pistola a Max
Fernández, el empresario cervecero, jefe de Unidad Cívica Solidaridad (UCS):
“Lo encañoné porque había ofendido mi honor en una nota periodística, lo
conminé a que se retractara exactamente en el mismo espacio y con la misma
extensión en el mismo medio de comunicación”. Estas confesiones que forman
parte de varias de las confidencias que Banzer me hizo, nos permiten, a veinte
años de su muerte, extraer conclusiones acerca del temperamento y la
determinación de este militar nacido en Concepción, Santa Cruz, bien entrenado
por la Escuela de las Américas en tiempos de la guerra fría contra ese enemigo
interno, el comunismo, que tenía su epicentro en Moscú y su satélite
latinoamericano y caribeño en La Habana.
Banzer hizo
posible el Pacto por la Democracia en 1985 y generó el Acuerdo Patriótico en
1989. Y para completar su protagonismo en la construcción del Estado de Derecho
en el país, fabricó una Megacoalición para su presidencia democrática (1997 –
2002) en la que entraron como en una bolsa de gatos, además del MIR de Paz
Zamora – Oscar Eid, la UCS ya entonces comandada por Johny Fernández luego de
la muerte de su padre Max, Conciencia de Patria (CONDEPA) de Carlos Palenque,
Nueva Fuerza Republicana (NFR) de Manfred Reyes Villa y hasta el Frente
Revolucionario de Izquierda (FRI) del que en sus orígenes fuera jefe del
maoísta Partido Comunista Marxista Leninista (PCML), Oscar Zamora Medinacelli,
quién había sido su candidato a la vicepresidencia en las elecciones de 1989. En
su obsesión por pasar a la historia como un auténtico demócrata, Banzer pactó
con ángeles y demonios de los 80 y los 90, con excepción de Sanchez de Lozada,
y su legado sigue vigente tal como pudo comprobarse de manera rotunda en el
golpe de Estado que llevó a la presidencia a Jeanine Áñez el 12 de noviembre de
2019.
Las operaciones
psicológicas de la derecha boliviana tuvieron éxito indiscutible con la
instalación de matrices del miedo que conducen a la conspiración como extrema
necesidad de sobrevivencia: “Nosotros o los indios”. Así tenemos que Evo
Morales es un comunista. Evo Morales nos va a quitar nuestras casas y eliminará
la propiedad privada. Evo Morales hará de nuestros hijos, unos ateos al abolir
la religión católica. Evo Morales quiere que Bolivia sea como Cuba y Venezuela.
De esta manera la acumulación de tensiones y el odio al indio, convertido y
funcionalizado en campesino desde la Revolución del 52, que gobernaba Bolivia
desde 2006, se hacía cada vez más evidente hasta que llegó el 28 de noviembre
de 2017, día en el que el Tribunal Constitucional habilitó una nueva
candidatura con un argumento recientemente rebatido por la Corte Interamericana
de Derechos Humanos, decisión que sirvió para cuajar la idea fuerza clave que
exigió dos años de trabajo conspirativo: Evo Morales --a título de derecho
humano a una nueva reelección-- quiere eternizarse en el poder.
Plenamente
posicionada la imagen de un autoritario y prorroguista ante la clase media
urbana “apolítica”, Evo Morales creyó que podía capear aguas turbulentas hasta
conseguir un nuevo triunfo en octubre de 2019. No cayó en cuenta, y menos sus
asesores en contrainteligencia, que al haber enfatizado un discurso
antiimperalista y antinorteamericano durante sus tres mandatos consecutivos,
efectivamente quedaba demostrado que era un comunista, cuando el comunismo como
modelo político-económico en los hechos de la geopolítica mundial había dejado
de existir. De esta manera, el banzerismo empezó a funcionar con toda su carga
ideológica, y sus matrices culturales de pacto entre civiles, militares y
policías, para dar lugar al derrocamiento
del primero gobierno popular con identidad indígena y campesina que había
tenido Bolivia desde 1825.
MOTOR
El poder del
espíritu del Gral. Banzer fue el nervio motor para que la conspiración fuera
exitosa. Tuto Quiroga, su ex vicepresidente, coordinaba la salida de Evo
Morales de Bolivia con el Comandante de la Fuerza Aérea, Gonzalo Terceros.
Oscar Ortíz que había sido subsecretario en su gobierno democrático (1997-2002),
operaba desde el Senado con gran éxito una sucesión presidencial
inconstitucional. Desde Santa Cruz, el gobernador Rubén Costas, compañero de
Banzer en la fraternidad Los Tauras, hizo de su aparente pasividad personal un
arma de control de la capital cruceña en esos días en que no volaba ni una
mosca sin el permiso del Comité Cívico.
Luis Fernando Camacho, sin tener profunda conciencia de que el banzerismo podía
ser hereditario, uso a su papá, falangista armado en el golpe del 71, para
transar con militares y policías que “se pusieran al lado del pueblo”,
entendiéndose por pueblo en dicho contexto, al ciudadano movilizado con la
tricolor, católico, anticomunista, odiador del indio, nada que ver con el
nacionalismo popular de los inicios de Paz Estenssoro en los 50, que en gran
medida fue heredado por el Movimiento al Socialismo (MAS) que es nacionalista
revolucionario antes que comunista o socialista, aunque el discurso antiyanqui
confunda.
Los pocos
falangistas de los 70 que quedan, sus hijos y hasta nietos, los militares de
esa misma generación, empresarios, agroindustriales y ganaderos, y hasta la
sociedad civil a través de grupos de choque como la Unión Juvenil Cruceñista
fundada en 1957 por el que fuera ministro de Salud de la dictadura banzerista, otro
falangista, Carlos Valverde Barbery, ingresaron en una especie de máquina del
tiempo, para que 48 años después de llamar “revolución” al Golpe de Estado, Luis
Fernando Camacho, presidente del Comité Cívico Pro Santa Cruz, fuera portador
de la herencia del Frente Popular Nacionalista (FPN) --militares, movimientistas y falangistas,
autores del golpe del 71-- para derrocar a Evo Morales de la presidencia,
recibiendo además el apoyo de la OEA, la jerarquía católica y de embajadores
como el de la Unión Europea, el franquista León de la Torre. La armonía
ideológica que se había logrado, contaba incluso con la participación de un ex
mirista como Samuel Doria Medina que ayudaría a un pseudoperiodista español de
apellido Entrambasaguas en su ingreso a Bolivia como operador de persecuciones
mediáticas contra dirigentes del MAS, tal como lo había hecho en Madrid,
acosando a Pablo Iglesias, entonces líder del izquierdista Unidas Podemos. Y
como actor de reparto completaba el cuadro, el nostálgico pazestenssorista
Carlos D. Mesa Gisbert, ex vicepresidente del MNR de Sánchez de Lozada, que sin
otra prueba que una interrupción de un conteo no oficial de votos, instaló la
matriz “fraude” para iniciar el tramo final de la conspiración.
Aviones de
combate sobrevolaban rasantes en El Alto o en Challapata, lo mismo que
sucediera con Laikakota en La Paz el 71. Y días después como en el septenio del
banzerato, masacres en Sacaba-Huayllani y Senkata, para eliminar masistas
ondeando whipalas tal como sucedió en Tolata y Epizana en 1974, arremetiendo
contra indígenas quechuas a los que se condenó por subversivos. “Si encuentran
un comunista, mátenlo, yo me hago responsable” dijo Banzer en esa trágica
oportunidad que ofrecía recompensa por la caza de estos revoltosos, que en la
actualidad formarían parte de las “hordas masistas” criminalizadas por un
aventajado alumno de los métodos represivos de las dictaduras militares, el
ministro de la muerte, Arturo Murillo.
Los dilemas
ideológicos acerca de una Bolivia neoliberal, nacional popular, nacionalista
revolucionaria o de izquierda nacional, excluyen del análisis al militarismo
desarrollista y capitalista de Estado en dictadura y del neoliberalismo en
democracia con el que el Gral. Hugo Banzer Suárez se manejó como actor decisivo
de la política boliviana. Fue presidente de facto, iniciador de los pactos
partidarios en 1985 y en 1989, apoyando a Paz Estenssoro y a Paz Zamora y en
reciprocidad, éste último respaldó su presidencia democrática iniciada en 1997
con algo más del 20% de la votación cuando el presidente era elegido de entre
los tres primeros en el Parlamento Nacional.
Banzer evitó en
1971 que un soviet boliviano se consolidara con la Asamblea del Pueblo que otro
histórico del MNR, fundador en 1963 del Partido Revolucionario de Izquierda
Nacional (PRIN) el legendario Secretario Ejecutivo de la Central Obrera
Boliviana (COB), Juan Lechín Oquendo, dirigía con la venia de ese otro General
de Ejército, Juan José Torres Gonzáles, que presidía el país, y que el 2 de
junio de 1976 fuera asesinado bajo las coordenadas del Plan Cóndor, cinco años
después de haber sido derrocado por su camarada del Ejército, el en ese momento
Coronel Banzer. Aquellos episodios caracterizados por la violencia política y
la eliminación del enemigo me provocaron la siguiente pregunta: ¿Cuál era el
objetivo del Gral. Terceros de ordenar que el avión en el que Evo Morales
aterrizaba en Chimoré fuera llevado al hangar militar del aeropuerto el 10 de
noviembre de 2019?
Los fascistas de
los 70 y los fascistoides del nuevo siglo han establecido conexiones que forman
parte de una manera de hacer política. Cuando no es por el camino de la
formalidad democrática de acuerdo a sus conveniencias y a las exigencias de sus
estructuras de poder, queda el recurso de la fuerza y del trastocamiento de las
obligaciones institucionales en democracia. Así tenemos un país con médicos que
hacen paros como arma desestabilizadora. Curas católicos que arman reuniones
paralelas a la formalidad democrática para definir el destino de la presidencia
del Estado. Embajadores que meten sus narices hasta en las habitaciones de los
refugiados políticos tal como lo hacía el de la Unión Europea, León de la Torre,
en la residencia de la embajada de México entre el 11 y 12 de noviembre de
2019. Conversos e impostores disfrazados de defensores de los Derechos Humanos
que aborrecen a los “izquierdos humanos” y por eso nada más defienden a Jeanine
Áñez y hacen silencio acerca de los masacrados y humillados, aymaras y quechuas,
de Sacaba-Huayllani y Senkata.
LEGADO
Este es el
legado que Banzer le ha dejado a Bolivia. Luchar contra los enemigos y ponerles
la etiqueta que convenga a cada coyuntura para sacarlos de en medio. Lo que el
General ya no sabe es que las indias y los indios bolivianos aprendieron a
ganar elecciones. Superaron el miedo a que uno de los suyos, iletrado, sin
estudios universitarios, pero con gran capacidad de conducción sindical, pudiera ser presidente del país “para
gobernarnos a nosotros mismos” como ha afirmado recién el vicepresidente David
Choquehuanca. Lo que el dictador de los 70 tampoco puede ya saber, pero sus
herederos sí, es que los instrumentos político sindicales de las mayorías
bolivianas han funcionado catorce años con un gobierno que demostró que era
posible ser pragmáticos --“nosotros hablamos y negociamos con todos”, me dijo
alguna vez el ex vicepresidente Alvaro García Linera—pero con sujeción a la
identidad plural de un Estado que ahora tiene visibilizados a todos sus actores
étnicos, fundamentalmente a aquellos que hasta hace dos décadas, se
avergonzaban por sus apellidos y ahora
los llevan con orgullo pronunciándolos a voz en cuello.
Incluido el
golpe del que fuera su ministro de Asuntos Campesinos y Agropecuarios, Gral.
Alberto Natusch Busch en 1979 contra Guevara Arce, otra vez, con la complicidad
del MNR --Bedregal Gutiérrrez – Fellman Velarde con Paz Estenssoro por detrás--
que derivara en la Masacre de Todos Santos, Hugo Banzer Suárez pasó de la
brutalidad de las dictaduras militares, con la suya como la más importante por
duración y posicionamiento ideológico, a los pactos en democracia para regresar
al poder “por las buenas”. Pero la historia lo enseña, cuando un indio
campesino desbodediente es capaz de obsesionarse con el ejercicio presidencial,
hay siempre la posibilidad de arrebatarselo a la mala, tal como sucedió en 1971
cuando los obreros comunistas y trotskistas pretendían consolidarse como factor
poder. Sin la salvadora presencia de
Banzer o su nefasto legado, según desde donde se lo mire, el país de los
últimos cincuenta años no podríacomprenderse si no se lee con rigurosidad
crítica el trayecto de este General nacido en un pueblo chiquitano, al que los
cruceños que saben de historia, le llaman el pueblo de los gatillos fáciles.
Originalmente publicado en La Razón el domingo 29 de agosto como parte de la serie Memoria y Archivo
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