Hace algunos
días, luego de superar una intervención quirúrgica de colon, el Papa Francisco
declaró que lo habían tachado de comunista. Tan temeraria calificación fue
respondida con la astucia de un buen jesuita: “Yo hago lo que creo que debo
hacer”. Revisando el archivo encontré una declaración del entonces
vicepresidente Alvaro García Linera (2017) a través de la que se autodefinió
como “comunista, guerrillero y conspirador, así me voy a morír”. Tan
desafiantes declaraciones terminan costándoles caro a quienes abrazan las ideas
del progresismo, la igualdad social y la inclusión democrática y que para
pesadilla de los neoliberales de los 90, han sido representados por exitosos
gobiernos populistas que han gestionado con astucia y eficacia las políticas económicas,
por ejemplo, de Bolivia (Morales), Ecuador (Correa), Brasil (Lula) y Uruguay
(Mujica-Vásquez).
Hasta la llegada
del MAS al poder, la izquierda tenía como último referente a la
hiperinflacionaria e inepta UDP del 82 – 85 de Siles Zuazo, pero el día en que
esa otra izquierda nacional con visión de lo multiétnico boliviano empezó a
obtener resultados nunca vistos en la redistribución del ingreso que
permitieron salir de la pobreza extrema a miles de bolivianos como nunca antes
había sucedido, las cosas empezaron a
tornarse peligrosas, en la medida en que el nuevo marketing político
aplicado por los representantes de las corporaciones transnacionales y los
capitales privados criollos, decidió que se necesitaba trabajar en el sistema
de creencias del ciudadano y ya no más en las plataformas de los programas de
gobierno en todas las materias de la gestión pública.
Así que hoy ser
comunista parece que podría resultar peor que cuando uno lo era en tiempos de
las dictaduras militares de los 70 – 80, aunque el comunismo haya quedado
superado hace por lo menos tres décadas. De eso saben, y mucho, Donald Trump,
Jair Bolsonaro, Vox en España y aquí, Luis Fernando Camacho, el hijo espiritual
del dictador Banzer, perteneciente a la extrema derecha civil militar. Hoy el
ciudadano que no crea en Dios, en la tradición familiar, en la propiedad
privada, en la libertad pregonada por las iglesias antiaborto y pro vida, en la
heterosexualidad como única opción en que la reproducción de la especie y el
placer se encuentran embutidos en la misma bolsa y el que no se adscriba a este
modelo humano y ciudadano, puede ser pasible a persecuciones de consecuencias
sangrientas y terminales.
Para decirlo
desde los estigmas y los pecados: No serás comunista. No defenderás el aborto,
aunque la mujer de turno haya sido víctima de una violación o de un embarazo no
deseado. No nacionalizarás nada, porque eso es para comisarios que administran
el Estado a través de policías de control político. No serás gay. No serás
lesbiana. No serás chica trans. Y por supuesto que si se aspira a una
ciudadanía modélica, no serás masiburro, no izarás la bandera de colores
ajedrezada y si pasas cerca a los blancoides del Comité Cívico Pro Santa Cruz,
tendrás que aceptar que su presidente prehistórico, Rómulo Calvo, te de la
espalda y el culo y a continuación gire 90 grados para desinfectar el ambiente
con alcohol medicinal, a segundos de haber desfilado por allí, esos collas
mugrosos que aman el autoritarismo de Evo y aceptan esa que ellos llaman
persecución política, cuando se trata de perseguir judicialmente a los
golpistas, a los masacradores de Sacaba y Senkata, o a los facinerosos de la
Resistencia Juvenil Cochala que acuchilló a un periodista y que tan
entusiatamente defiende un ex jefe de la Juventud Comunista de los 80 y ex
viceministro de Evo Morales, descendiente del lúcido Sergio Almaraz.
Hay que
preguntarles a los estrategas. Lo saben muy bien. Para combatir al pueblo
organizado, hay que tacharlo de comunista, autoritario, dedicado a la persecución política, que te va a quitar tu
casa, se hará un pícnic con tu libertad, sustituirá tus símbolos republicanos y
no te dejará leer la Biblia. Hay que tacharlos de castrochavistas que quieren
una Bolivia como Cuba y Venezuela. Ya quisiéramos una educación y una salud
como las que administran ellos o unas políticas de equidad de género como las
alentadas y cristalizadas por los gobiernos de Hugo Chávez. En ese sentido
sería muy bueno imitar las decisiones que históricamente se fueron tomando en
La Habana y en Caracas, así como los cubanos y venezolanos quisieran una
economía muy capitalista y pragmática, pero administrada desde el Estado, como
la que manejó Luis Arce Catacora durante más de una década.
Así que estamos
prevenidos. Si no quieres que te saquen fotos sin permiso en un aeropuerto, si
no quieres que te amenacen en la sucursal de un banco, si no quieres que te
persigan y te disparen porque llevas una wiphala…no seamos comunistas, ni
siquiera lo aparentemos, porque ahora sí está muy claro que podemos morír en el
intento: No somos lo que somos. Somos lo que creen.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe del diario La Razón el 25 de septiembre
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