¿Cómo son/somos los bolivianos?
Aguerridos, luchadores, bloqueadores, huelguistas, concientes de nuestro espacio/tiempo históricos.
Complejos por su diversidad pluricultural, multilingue y ahora parece que plurinacional también.
Conflictivos, porque no es otra la vía que se elige invariablemente para encarar la búsqueda de soluciones a toda demanda e incorregibles porque allí donde parece autenticamente superado el conflicto siempre se advierte una búsqueda por hallar el "pero" siguiente, para que esa sea la palabra que mejor caracterice a nuestro ser nacional, sobre todo en el lado occidental del país.
El historiador José Luis Roca decía hace unas semanas en Santa Cruz de la Sierra cuando presentaba la tercera edición de su libro "Fisonomía del regionalismo boliviano" que la principal contradicción persistía y no se estaba encontrando la manera de superarla: Centralismo versus regiones. Sede de gobierno versus "el interior" de la República.
No hay cambio en Bolivia, si por cambio se entiende remoción de la estructura institucional. Lo que hay es la instalación de un gobierno popular que arrancó auspiciosamente modificando la relación del Estado con las empresas transnacionales de los hidrocarburos que hicieron lo que les vino en gana gracias a las facilidades regaladas por el neoliberalismo.
Ese ímpetu, sin embargo, comienza a frenarse porque cuando ya deben comenzar a notarse señales de modernización del edificio estatal, lo que se advierte son intenciones de copamiento y control absoluto del poder, de sustituir a los pícaros apadrinados por los regímenes anteriores en el Poder Judicial, por otros, igual de dóciles, sólo que ahora al servicio de Evo y el MAS.
A un año y medio de instalado el gobierno, el MAS se parece cada vez MAS al MNR, igual de nacionalista, igual de prebendal, igual de acaparador, igual de manipulador, igual de conducido por un caudillo rodeado por un entorno de adlateres que han encontrado el momento de ajustar cuentas con quienes los mantuvieron proscritos, excluídos, al margen del hecho político boliviano.
Bolivia no cambia, aunque Evo cumpla.
Bolivia podría cambiar si se dibuja un proyecto nacional de cincuenta años en el que la descolonización no sea uno más de los eslógans con las que la clase política ha atragantado a la sociedad civil en los últimos veinticinco años. Bolivia podría cambiar si los numerosos aymaras y quechuas van a dar encuentro a los minoritarios pueblos indígenas del oriente, apaleados por el racismo, el latifundio, la especulación financiera y el aplastamiento sistemático a los derechos originarios por una clase media compuesta por logieros, hijos de las migraciones europeas de las primeras décadas del siglo XX.
Evo cumple, tiene bríos, es poseedor de una gran intución política, pero está comenzando a cometer errores, y el primero, garrafal, que puede costarle muy caro al país es el haber plantado al Prefecto de Santa Cruz, Rubén Costas, y a todo el aparato corporativo que maneja con eficacia el Comité Cívico que ahora preside Branko Marincovic.
Hoy sábado 9 de junio, Evo Morales ha decidido desconocer la legitimidad del Cabildo del Millón, por más reaccionarias que sean sus matrices, igual que cuando se pronunciara por el "No" a las Autonomías en el último referendum nacional.
Si Evo quiere que Bolivia cambie, tiene que pactar con Santa Cruz y tiene que hacerlo con esos fascinerosos de la derecha si pretende evitar que el país se ensangrente.
No es Tuto el líder de la oposición, es el aparato agroindustrial, ganadero, importador, en términos generales, empresarial, afincado en la capital de la horriblemente llamada "Media Luna", Santa Cruz de la Sierra.
La Bolivia de Evo no puede desconocer a la Bolivia fashion que tiene derecho a una modernidad cosmopolita. Si persiste en el ninguneo, será el responsable de una masacre, de una persecución racista zañuda e incontrolable.
Aguerridos, luchadores, bloqueadores, huelguistas, concientes de nuestro espacio/tiempo históricos.
Complejos por su diversidad pluricultural, multilingue y ahora parece que plurinacional también.
Conflictivos, porque no es otra la vía que se elige invariablemente para encarar la búsqueda de soluciones a toda demanda e incorregibles porque allí donde parece autenticamente superado el conflicto siempre se advierte una búsqueda por hallar el "pero" siguiente, para que esa sea la palabra que mejor caracterice a nuestro ser nacional, sobre todo en el lado occidental del país.
El historiador José Luis Roca decía hace unas semanas en Santa Cruz de la Sierra cuando presentaba la tercera edición de su libro "Fisonomía del regionalismo boliviano" que la principal contradicción persistía y no se estaba encontrando la manera de superarla: Centralismo versus regiones. Sede de gobierno versus "el interior" de la República.
No hay cambio en Bolivia, si por cambio se entiende remoción de la estructura institucional. Lo que hay es la instalación de un gobierno popular que arrancó auspiciosamente modificando la relación del Estado con las empresas transnacionales de los hidrocarburos que hicieron lo que les vino en gana gracias a las facilidades regaladas por el neoliberalismo.
Ese ímpetu, sin embargo, comienza a frenarse porque cuando ya deben comenzar a notarse señales de modernización del edificio estatal, lo que se advierte son intenciones de copamiento y control absoluto del poder, de sustituir a los pícaros apadrinados por los regímenes anteriores en el Poder Judicial, por otros, igual de dóciles, sólo que ahora al servicio de Evo y el MAS.
A un año y medio de instalado el gobierno, el MAS se parece cada vez MAS al MNR, igual de nacionalista, igual de prebendal, igual de acaparador, igual de manipulador, igual de conducido por un caudillo rodeado por un entorno de adlateres que han encontrado el momento de ajustar cuentas con quienes los mantuvieron proscritos, excluídos, al margen del hecho político boliviano.
Bolivia no cambia, aunque Evo cumpla.
Bolivia podría cambiar si se dibuja un proyecto nacional de cincuenta años en el que la descolonización no sea uno más de los eslógans con las que la clase política ha atragantado a la sociedad civil en los últimos veinticinco años. Bolivia podría cambiar si los numerosos aymaras y quechuas van a dar encuentro a los minoritarios pueblos indígenas del oriente, apaleados por el racismo, el latifundio, la especulación financiera y el aplastamiento sistemático a los derechos originarios por una clase media compuesta por logieros, hijos de las migraciones europeas de las primeras décadas del siglo XX.
Evo cumple, tiene bríos, es poseedor de una gran intución política, pero está comenzando a cometer errores, y el primero, garrafal, que puede costarle muy caro al país es el haber plantado al Prefecto de Santa Cruz, Rubén Costas, y a todo el aparato corporativo que maneja con eficacia el Comité Cívico que ahora preside Branko Marincovic.
Hoy sábado 9 de junio, Evo Morales ha decidido desconocer la legitimidad del Cabildo del Millón, por más reaccionarias que sean sus matrices, igual que cuando se pronunciara por el "No" a las Autonomías en el último referendum nacional.
Si Evo quiere que Bolivia cambie, tiene que pactar con Santa Cruz y tiene que hacerlo con esos fascinerosos de la derecha si pretende evitar que el país se ensangrente.
No es Tuto el líder de la oposición, es el aparato agroindustrial, ganadero, importador, en términos generales, empresarial, afincado en la capital de la horriblemente llamada "Media Luna", Santa Cruz de la Sierra.
La Bolivia de Evo no puede desconocer a la Bolivia fashion que tiene derecho a una modernidad cosmopolita. Si persiste en el ninguneo, será el responsable de una masacre, de una persecución racista zañuda e incontrolable.
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