La memorable
escena de “El Secreto de sus ojos” (Juan José Campanella, Oscar a la mejor
película extranjera 2009) basada en la novela de Eduardo Sacheri (La pregunta
de sus ojos, 2003) explica la mentalidad del asesino de una mujer al que
persiguen Benjamin (Ricardo Darín) y su ayudante Sandoval (Guillermo Francella).
El autor del crimen es hincha de un club de fútbol y en ese contexto nos
encontramos con la siguiente brillante conclusión: “¿Te das cuenta, Benjamín?
El tipo puede cambiar de todo —le dice Sandoval, mientras se aproxima—: de
cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa
que no puede cambiar, Benjamín: no puede cambiar de pasión.”
Sandoval es un
ayudante de juzgado presa de su afición por el alcohol que consume sin límites
en un bar cualquiera de Buenos Aires, debilidad que no le impide desarrollar su
lúcida capacidad deductiva y resulta que la pasión de la que habla se llama
Racing Club de Avellaneda. De esta manera, Benjamin y Sandoval han detectado la
pista perfecta que conducirá a atrapar al escurridizo asesino nada menos que divisandoló
en la tribuna del estadio en el que está jugando el equipo de sus amores contra
Huracán, esa pasión con la que un hincha de fútbol de pura cepa está dispuesto
a ir hasta la tumba.
El asesino es de
Racing, pero resulta que el actor que encarna a Sandoval es en la vida real también
declarado hincha de la academia de Avellaneda, así como para los cultores de
leyendas urbanas lo fue el Gral. Juan Domingo Perón, aunque la historia se
encargó de aclarar que en realidad era de Boca, cosa que no impidió que el
llamado Cilindro llevara el nombre del caudillo argentino que en su condición
de presidente de la nación, fue el principal propulsor del estadio inaugurado
el 03 de septiembre de 1950.
El fútbol es
pasión en todas partes, pero en Argentina es un rasgo distintivo que se
reconoce en sus impresionantes hinchadas que saltan y cantan durante los
noventa minutos de cada partido. Se han erigido en una expresión socio cultural
que ha llevado a muchos a concluir, que no hay mejor público para cualquier
espectáculo de muchedumbre en América Latina que el argentino y en este caso,
con el añadido de que la camiseta de la academia de Avellaneda que adoptó los
colores de la enseña patria, sirvió de inspiración para que la selección
nacional copiara el diseño albiceleste con franjas verticales.
El recuerdo de
la película de Campanella se conecta con la manera en que se comporta en la
línea de cal, Diego Simeone, el Cholo, entrenador del Atlético de Madrid desde
hace trece años. Grita, gesticula, se lleva las manos a la cabeza, putea al
arbitro, festeja los goles como un descosido. Otra coincidencia: resulta que el
Cholo Simeone terminó su carrera como futbolista en Racing (2006) e inició su
andadura como técnico en el mismo club una semana después de haber colgado los
botines.
Pero si el Cholo
es tan sanguíneo a la hora de saltar al Wanda Metropolítano para dirigir los
partidos del Atlético de Madrid, Gustavo Costas ha superado en fervor y
pulsaciones a todos sus colegas del planeta entero. Se para en la línea de cal en el rectángulo previsto para uno de los
entrenadores en el campo de juego, pero aguanta quieto apenas unos segundos,
porque lo suyo es correr, gritar, saltar,
taparse la cara cuando uno de los suyos no la emboca y extender los
brazos con vista al cielo cuando Juan Fer Quintero, Adrián Maravilla Martínez,
Gastón Martirena o Roger Martínez anotan. Costas es un hincha más que contagia
a su equipo como una fiera suelta al borde del campo de juego. Vive los
partidos como uno más de los racinguistas instalados en las tribunas. Su pasión
–bendita pasión dirían los creyentes -- emociona, contagia y confirma una
autodefinición en que la euforia parece no conocer límites: “Primero soy de
Racing, después soy argentino”, es decir la patria es la camiseta antes que la
bandera.
Para poder darse
la ilimitada licencia de ponerse en escena como el primer hincha del club (mascota,
jugador, entrenador del club en distintos tiempos, toda una vida), Gustavo
Costas tiene que ser tranquilo, cerebral y medido tal como lo atestiguan
jugadores como Maximiliano Salas que cuentan lo distinto que se muestra en las
prácticas durante la semana. Lo confirman sus hijos, Gustavo y Federico que
forman parte del cuerpo técnico de la academia y subrayan que su padre es un
profesional que trabaja la táctica con el rigor y la experiencia que le han
dado los años dirigiendo en Paraguay, Ecuador, Colombia, Perú, Chile y Arabia
Saudita.
En un video de
principios de año, se escucha a Costas junto a su equipo de trabajo decir cómo
y con quienes jugará el equipo. Transcurridos diez meses, Racing jugó como lo
había concebido su conductor y así acaba de ganar la Copa Sudamericana. Que
lección esclarecedora: Como el Sandoval de la película de Campanella hay que
cultivar la pasión, pero para que esa pasión pueda desembocar en felicidad,
pensar primero y hacer las pausas necesarias para las acciones futuras, son
condiciones previas e imprescindibles. Pareciera que en Gustavo Costas, corazón
y cabeza son una misma cosa.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 30 de noviembre de 2024
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