Se llama
Vestuario, así con mayúscula, y no camarín como aquí se dice por fuerza de la
costumbre. Vestuario es el espacio sagrado del fútbol para los creyentes y para
quienes no lo son, el lugar en el que se inicia el ritual que precede a un
partido y al que se regresa en el entretiempo y al final del mismo con la
extenuación que implica el haber evolucionado en un campo de juego durante más
de 90 minutos. El Vestuario es a la hora
del juego, propiedad de futbolistas y cuerpo técnico, al que suelen visitar los
dirigentes de un club cuando el equipo gana, pero al que difícilmente asoman
cuando lo que ha sucedido es una derrota.
El Vestuario es
un lugar en el que se ha impuesto históricamente un código de secretismo que si
se viola se incurre, otra vez para los creyentes, en pecado mortal,
considerando que gran parte de quienes juegan al fútbol creen en Dios y al que
muchísimos de ellos agradecen mirando el firmamento cada vez que anotan un gol.
En efecto, lo que se diga y haga, lo que se debata y discuta, lo que se
reflexione o se calle queda en el Vestuario y el que ose cometer alguna
infidencia de lo que allí se habla, estará rompiendo un código de convivencia o
un primer mandamiento del amplísimo catálogo de cábalas futboleras.
El que no es
futbolista, entrenador o parte del cuerpo técnico de un equipo, sabe que cuando
ingresa en el Vestuario, está ingresando en una zona que se debe respetar con
humildad parroquiana, pues en cada banqueta ocupada por los jugadores de un
equipo está lo íntimo, lo más personal de cada uno de ellos. Un utilero de la
selección boliviana de fútbol de los años 90 me contó alguna vez por qué era diferente
de sus compañeros Erwin “Platini” Sánchez a la hora de atraviarse con la
indumentaria antes de un partido: “Erwin es distinto hasta por la forma en que
se pone las vendas, eso marca que ha pasado por el rigor del trabajo en
Europa”. Estas que parecen anécdotas son las cosas que marcan un riquísimo
conjunto de detalles que en términos generales solo tienen derecho a conocer
los componentes del equipo. Nadie más. Nadie menos.
El que conoce el
fútbol y lo ama por su esencia lúdica sabe, por más dirigente que sea, que es
mejor no ingresar en el Vestuario de manera intempestiva y permanecer en el, no
más allá de un tiempo breve, a no ser que se esté celebrando la obtención de un
campeonato y sean los propios futbolistas quienes lo abran para invitar a
quienes les bancaron el torneo para sumarse a los festejos. En consenso entre
todos los futbolistas pueden subirse videos a las cuentas de las redes de cada
uno de ellos sobre lo que allí sucede, por soberana decisión grupal, como
aquella ya memorable arenga del capitán
Lionel Messi a sus compañeros antes de jugar la final de la Copa América que
Argentina le ganó al Brasil en el mismísimo Maracana de Río de Janeiro en 2021.
El que respeta
el Vestuario está comprometido con el fútbol, con una ética que debe prevalecer
en todos quienes tienen que ver con clubes y equipos, incluídos los aficionados
y los hinchas, o probablemente en primer lugar en ellos, cosa que dejó de
suceder el pasado domingo 31 de marzo en el estadio de Villa Ingenio de la
ciudad de El Alto, cuando luego de una derrota en condición de locales (0-1
frente a Independiente Petrolero de Sucre) los futbolistas de Always Ready se
encontraron con que su desempeño en el campo de juego había desatado un desquiciamiento
que derivó en destrozos, sustracción de pertenencias, acaloradas
recriminaciones por lo sucedido en la cancha hasta la renuncia del lateral
afroboliviano, Diego Medina (jugador de selección), a seguir vistiendo la
camiseta de la banda roja, decisión de la que reculó pocos días después, luego
de que el presidente de Bolívar, Marcelo Claure, denunciara violencia e
insultos racistas por parte de la dirigencia del club, presidido por un joven
de apellido Costa, hijo del presidente de la Federación Boliviana de Fútbol,
Fernando Costa.
Un colega e
hincha de Always Ready considera que lo sucedido fue producto de una
“liberación de la zona” que signficaría que la propia dirigencia del club
generó las condiciones para que los bandalos disfrazados de hinchas cometieran los desmanes que dieron lugar a una crisis
finalmente apagada por los futbolistas y la dirigencia, a través de un pacto de
silencio, es decir, el retorno a la inviolabilidad del Vestuario, tres días
después de que fuera precisamente violado de la manera más grosera e
inadmisible y que hoy tiene nuevamente al fútbol boliviano, en el privilegiado
sitial de la vergüenza, producto de los exabruptos de los unos con la supuesta
permisividad de los otros para asumir una especie de lección dictatorial sobre
la derrota: En casa no se pierde y si sucede ya saben lo que les puede pasar
muchachos.
De esta manera nuestro
fútbol consolida una identidad plagada de incidentes con los que lo extradeportivo
termina casi siempre imponiéndose a lo esencialmente futbolístico, motivo por
el cual estoy siempre atento a la Premier inglesa, allá donde códigos y juego
son parte de un solo discurso.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 06 de abril de 2024
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