Desde que la
razón futbolera nos asiste, el balompié de este lado del mundo es más conocido
por la altitud en la que se encuentra su principal estadio, antes que por las
virtudes de sus equipos principales, o las capacidades competitivas de aquellos
que ingresan anualmente en la arena de copa Libertadores, copa Sudamericana y
en las eliminatorias mundialistas.
Bolivia ha
defendido invariablemente su derecho a jugar en los 3640 metros sobre el nivel
del mar de La Paz y esa defensa se hace extensiva a practicar el fútbol en los 2558 de Cochabamba,
los 2790 de Sucre, los 4070 de Potosí, los 3709 de Oruro y ahora también los
4000 de El Alto. A tal punto ha calado hondo el asunto que hasta los cuadros
nacionales de las ciudades del llano, instalaron desde hace algunos años la
excusa de que subir a jugar a La Paz, El Alto, Oruro y Potosí implica una
desventaja deportiva certificada por la ciencia médica.
Parapetados en
la cima de nuestra cordillerana identidad, cada vez que nos visitan equipos
brasileños, argentinos o uruguayos, la discusión sobre las virtudes del
anfitrión generalmente ocupan un segundo plano, debido a que desde que Daniel
Passarella dijera en 1997 que “jugar en la altura es inhumano”, sentimos que tal
afirmación se constituía en una intolerable impugnación a nuestro derecho a
jugar donde vivimos. Passarella se pasó de la raya, incurrió en una ofensa
imperdonable han afirmado muchos periodistas dedicados a cubrir las actividades
futbolísticas del país.
A 24 años de la
sentencia del que fuera técnico de la selección argentina --que protagonizó una
bochornosa puesta en escena con uno de sus futbolistas autoinflingiendosé una herida
en el rostro-- , resulta necesario recordar que la celeste y blanca le ha
ganado a Bolivia en La Paz nada menos que cinco veces (eliminatorias para los
mundiales 1966, 1974, 2006, 2022, 2026),
Bolivia se impuso con la misma cantidad de partidos ( eliminatorias para
los mundiales 1958, 1970, 1998, 2010, 2018) y se produjeron dos empates (eliminatorias
para los mundiales 2002, 2014). Conclusión: La altura no gana partidos. Datos complementarios: El último triunfo de la
selección argentina dirigida por Lionel Scaloni ( 3 – 0 en el Hernando Siles en
septiembre de 2023) consistió en un baile desplegado a distintos ritmos, entre
tango y chacararera y el último partido jugado contra Brasil en Miraflores
(marzo, 2022), nuestra sufridora selección soportó una goleada de 0 – 4.
Segunda conclusión: La altura no gana partidos y hasta puede convertirse en el peor
dispositivo de autoengaño de los equipos nacionales que terminan aplastados en
su propia casa. Tercera conclusión: Argentina y Brasil, temerosos por la falta
de oxígeno en nuestra cancha, le han ganado a la selección boliviana,
triunfando en primer lugar contra la altura, nuestra supuesta principal
ventaja.
El año 2001, el
preparador físico Alfredo Weber me dijo en Buenos Aires que Bolivia no podía
darse el lujo de perder con tan grande prerrogativa, que si se prepara
convenientemente lo más probable es que se haga imbatible en La Paz. Weber tenía razón hasta cierto punto, pero
vistas las cosas dos décadas después, está claro que mientras Bolivia ha ido
perdiendo habilidades para usufructuar de la potestad que le da su ecosistema,
las selecciones visitantes han encontrado la manera de humanizar el jugar en
estas alturas que para mentalidades como
la de Passarella era imposible.
El expediente de
la altura, tal como se persiste en concebirlo, se ha convertido en la excusa
que ha trascendido décadas y a la que en las últimas horas hay que agregar
ciertas percepciones que dicen que nuestros jugadores son de madera (Faustino
Asprilla), que la selección mexicana no debería perder el tiempo midiéndose con
Bolivia porque no sirve como adversario de partido preparatorio a un torneo. La
altura sería temible si tuviéramos un fútbol competitivo, tal como el
desarrollado por Colombia que no juega en la altura de Bogotá (2625 m.s.n.m),
que lo hace en la calurosa Medellín, porque ha privilegiado el construir un
fútbol de calidad con el impulso de conductores como Carlos Bilardo y Francisco
Maturana (años 80 y 90).
La altura de El
Alto sirvió de cuco cuando Always Ready demolió con suficiencia hace algunas
semanas a Sporting Cristal (6-1), ese mismo equipo peruano que hace un año le
ganó en la altura de La Paz a The Strongest sepultando sus aspiraciones de
pasar a octavos de final de Copa Libertadores. Para decirlo sin vueltas: El
fútbol se construye con fútbol, con procesos de largo aliento, con estrucuturas
formativas y recién a partir de esa escala de prioridades se podrá pensar en
que la altura sirve como última cuña
--no como primera—para alcanzar el triunfo o el éxito deportivo y será
sensato y síntoma de madurez, entender a
los que a pesar del pánico vienen y ganan, certificación iindiscutible de que
el juego se gana con juego y no con falsos fantasmas.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de la Razón el 23 de marzo de 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario