Recuerdo que hace tres décadas, cuando acompañaba al mercado Rodríguez de La Paz a mi madre, los indios eran los cargadores de nuestras compras, las cholas, las vendedoras de las verduras,las frutas, las carnes y los enlatados y las otras cholas nuestras cocineras y nuestras niñeras.
Para lo demás, cuando no recordábamos con un mínimo de agradecimiento los servicios de nuestras "sirvientas", los indios eran los malolientes de los micros, los moterosos que hablaban mal el castellano, los resentidos que siempre nos envidiaron porque nosotros eramos blancos, perfumados, pero sobre todo decentes.
Hasta que llegó el día en que Felipe Quispe, "El Mallku" nos refregara en nuestras caras pálidas que el luchaba "para que mi hija no sea tu empleada" a lo que ya agregué en un artículo publicado en "El juguete rabioso" para que no sigan durmiendo en esos cuartitos que parecen ratoneras y que diseñan los arquitectos bien formados en Europa, Estados Unidos y las universidades nacionales, esos arquitectos de la propiedad horizontal que hacen un dormitorio "en suite" de 25 metros cuadrados y otro de 2 por 2 para las cholas que se levantan con las primeras luces del día a comprarnos la marraqueta y el diario, y terminan la jornada después de dejar la cocina brillando hasta la última cucharilla.
Todo este recuerdo me lleva la sangre a la cabeza, peor cuando tachamos de "resentidos" a estos hombres y a estas mujeres que hace algunos años ya son visibles en la televisión, en la radio, y en general en el espectro público "moderno", comenzando por las trabajadoras del hogar --no les llamamos más "sirvientas"-- que han podido conquistar derechos en la legislación laboral.
Esa visibilización, dicho sea con énfasis, ha dejado de circunscribirse, por otra parte, a la mirada exótica o folklórica ensayada a través de las lentes de camarógrafos y fotógrafos conmovidos con estos seres oscos, herméticos, impenetrables (tierras altas), o risueños y lánguidos (tierras bajas).
Hoy en el Coliseo Jorge Revilla de Sucre pude ver a cinco mil indígenas y campesinos, hombres y mujeres, reunidos durante ocho horas luego de marchar por las calles céntricas de la capital de la República, para reafirmar sus demandas históricas en la Asamblea Constituyente.
Estado Plurinacional Unitario y Comunitario y Autonomías Indígenas piden estos indias e indios que siguen trabajando en nuestras casas, pero que ahora, muchos de ellos, salen a comer con nosotros a cualquier restaurant y se sientan en nuestra mesa o miran las noticias también con nosotros en nuestras cómodas habitaciones. El racismo persiste, pero hemos avanzado muchísimo, hemos avanzado tanto que ya no es un problema darle un beso en la mejilla a una originaria del Norte de Potosí a la hora del saludo o llamarla por celular para pedirle una entrevista. Muchos, genuinanemte, han sabido superar el asco y aceptar que estos descendientes precolombinos tienen la misma cantidad de huesos que el resto de los seres humanos.
Estos últimos datos indican que la lucha va a ser larga todavìa, difícil, sacrificada, tediosa, pero tendrá que ser indetenible hasta el día en que hayan escuelas, colegios y universidades para los ciudadanos de los pueblos indígenas que nos permitan la multiplicación de profesionales que ya no necesiten el apoyo de los técnicos y los especialistas de occidente, que nos sigan teniendo como aliados, pero que dejemos de ser indispensables.
He aprendido muchísimo en estos últimos seis meses, trabajando un número sobre Bolivia de la revista "Asuntos Indígenas" y editando para nuestro país el informe "El mundo indígena 2007", y para ello, repito, no necesito ser fundamentalista o indigenista, basta con que tenga la voluntad y la lucidez para trabajar con la gente que necesita de nuestro cariño, solidaridad y capacidad, sin asquerosos paternalismos (lease Carlos Mesa) y sin falsas poses de humanitarismo incondicional (lease, otra vez, Carlos Mesa).
Para lo demás, cuando no recordábamos con un mínimo de agradecimiento los servicios de nuestras "sirvientas", los indios eran los malolientes de los micros, los moterosos que hablaban mal el castellano, los resentidos que siempre nos envidiaron porque nosotros eramos blancos, perfumados, pero sobre todo decentes.
Hasta que llegó el día en que Felipe Quispe, "El Mallku" nos refregara en nuestras caras pálidas que el luchaba "para que mi hija no sea tu empleada" a lo que ya agregué en un artículo publicado en "El juguete rabioso" para que no sigan durmiendo en esos cuartitos que parecen ratoneras y que diseñan los arquitectos bien formados en Europa, Estados Unidos y las universidades nacionales, esos arquitectos de la propiedad horizontal que hacen un dormitorio "en suite" de 25 metros cuadrados y otro de 2 por 2 para las cholas que se levantan con las primeras luces del día a comprarnos la marraqueta y el diario, y terminan la jornada después de dejar la cocina brillando hasta la última cucharilla.
Todo este recuerdo me lleva la sangre a la cabeza, peor cuando tachamos de "resentidos" a estos hombres y a estas mujeres que hace algunos años ya son visibles en la televisión, en la radio, y en general en el espectro público "moderno", comenzando por las trabajadoras del hogar --no les llamamos más "sirvientas"-- que han podido conquistar derechos en la legislación laboral.
Esa visibilización, dicho sea con énfasis, ha dejado de circunscribirse, por otra parte, a la mirada exótica o folklórica ensayada a través de las lentes de camarógrafos y fotógrafos conmovidos con estos seres oscos, herméticos, impenetrables (tierras altas), o risueños y lánguidos (tierras bajas).
Hoy en el Coliseo Jorge Revilla de Sucre pude ver a cinco mil indígenas y campesinos, hombres y mujeres, reunidos durante ocho horas luego de marchar por las calles céntricas de la capital de la República, para reafirmar sus demandas históricas en la Asamblea Constituyente.
Estado Plurinacional Unitario y Comunitario y Autonomías Indígenas piden estos indias e indios que siguen trabajando en nuestras casas, pero que ahora, muchos de ellos, salen a comer con nosotros a cualquier restaurant y se sientan en nuestra mesa o miran las noticias también con nosotros en nuestras cómodas habitaciones. El racismo persiste, pero hemos avanzado muchísimo, hemos avanzado tanto que ya no es un problema darle un beso en la mejilla a una originaria del Norte de Potosí a la hora del saludo o llamarla por celular para pedirle una entrevista. Muchos, genuinanemte, han sabido superar el asco y aceptar que estos descendientes precolombinos tienen la misma cantidad de huesos que el resto de los seres humanos.
Estos últimos datos indican que la lucha va a ser larga todavìa, difícil, sacrificada, tediosa, pero tendrá que ser indetenible hasta el día en que hayan escuelas, colegios y universidades para los ciudadanos de los pueblos indígenas que nos permitan la multiplicación de profesionales que ya no necesiten el apoyo de los técnicos y los especialistas de occidente, que nos sigan teniendo como aliados, pero que dejemos de ser indispensables.
He aprendido muchísimo en estos últimos seis meses, trabajando un número sobre Bolivia de la revista "Asuntos Indígenas" y editando para nuestro país el informe "El mundo indígena 2007", y para ello, repito, no necesito ser fundamentalista o indigenista, basta con que tenga la voluntad y la lucidez para trabajar con la gente que necesita de nuestro cariño, solidaridad y capacidad, sin asquerosos paternalismos (lease Carlos Mesa) y sin falsas poses de humanitarismo incondicional (lease, otra vez, Carlos Mesa).
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