La historia de
los Estados Unidos de América, el portaestandarte indiscutido de la democracia
occidental, el paradigmático país que se ufana de exhibir el catálogo más
amplio de derechos y libertades en todo el planeta, es nuevamente puesta en entredicho y en
evidencia acerca de cómo se construyó está nación especializada en tutelar e
imponerse sobre otras naciones a partir de su expansión imperial y su lucha a
brazo partido contra el comunismo de la Unión Soviética durante la llamada
guerra fría, continuación del triunfo en la segunda guerra mundial contra el delirio nazi . En efecto, Martin Scorsese ha hechado mano
del libro del escritor David Grann --Los
asesinos de la luna de las flores: Los crímenes en la Nación Osage y el
nacimiento del FBI (2017)—para entregarnos la película más lúcida que haya
podido verse en las últimas décadas acerca de esa otra historia, aquella
labrada por los pueblos indígenas que en el caso norteamericano fueron reducidos
a reservas de cualidades “semisoberanas.”
El actor John
Wayne, y todos los agentes del orden establecido formateados desde la industria
cinematográfica atiborraron una filmografía (películas del far west) de por lo
menos medio siglo en la que los indios nacidos antes de que se plantara la bandera
de barras y estrellas eran unos facinerosos pieles rojas que asaltaban diligencias
de familias como la Ingalls conformada por el papá patriarca, la mamá abnegada
y los hijos rubiecitos y luminosos, paradigmas de la belleza y la inocencia humanas. Así, a través del cine y
la televisión, se fue construyendo en el imaginario colectivo de la modernidad
urbana de la Indoamérica colonizada por España y sus piratas del Caribe y
territorios aledaños, la idea de que lo indio era feo, salvaje, peligroso,
violento, y asesino, tal como sucedió en la Zona Sur de La Paz en 2019
aterrorizada ante la posibilidad de que unos campesinos violentos se descolgaran
de sus cerros para atacar las casas de los blancos, saquearlas y matar a sus
habitantes para fimalmente apropiarse de lo ajeno, digamos que coronando el
triunfo de la barbarie sobre la civilización.
Gracias a la
investigación periodística convertida en literatura y más tarde en película,
nos encontramos con que la historia se había producido exactamente al revés:
Que unos pérfidos hombres blancos tramaron un macabro plan de exterminio de los
indios Osage, propietarios de tierras en Oklahoma de los que salía petróleo a
borbotones y de los que por supuesto eran dueños originarios. Para tal
cometido, entre otras estratagemas y trampas, William Hale (Robert de Niro) y
su sobrino Ernest Burkhart (Leonardo Di Caprio) deciden que hay que conquistar,
en el sentido más colonial de la palabra a Molly Kyle, impresionantemente
interpretada por Lily Gladstone, con la que debe casarse para ir eliminando del
camino a esos indios que con el dinero que les provee el oro negro se dan el
lujo de tener choferes blancos y de mandar con la soberanía que les asiste.
La película de
Scorsese, que involucra al FBI de Edgar Hoover frente al desafío del
esclarecimiento de los hechos está
nominada para diez estatuillas Oscar. Como antecedente importa el hecho de que
Lily Gladstone obtuvo el Globo de Oro, el premio del Sindicato de Actores, y
los de las asociaciones de críticos norteamericanos y de Boston. Si la academia
hollywoodense le entrega el premio a mejor actuación protagónica, significará
que a 51 años del rechazo de Marlon Brando a recibir el premio por su
intepretación como Vito Corleone (El Padrino de Francis Ford Coppola, 1973) en
protesta por la discriminación practicada por la industria cinematográfica
contra los indígenas, quedará simbolicamente reparada, pero no nos hagamos
ilusiones, hay una gran probabilidad de que ese Oscar no será para Lilly
Gladstone, actriz indígena lo mismo que Sacheen Littlefeather, quién subió al
escenario para leer el discurso-protesta de Brando por “el trato vejatorio
contra los indios”…se trataba de Brando, el más grande actor que se haya podido
ver en la pantalla grande en la historia del cine, según lo dicta mi recuerdo
agradecido.
“Los asesinos de
la luna llena” es un peliculón de tres horas y media para mirar con
detenimiento y ejercitar nuestra memoria audiovisual con admiración hacia el
italoneoyorkino Martin Scorsese, sabio narrador de historias cinematográficas que
a sus 81 años sigue dirigiendo a grandes actores con la misma lucidez con la
que guiara al mismísimo De Niro en “Taxi Driver” (1976) y dirigirá otra vez a
Di Caprio en su próxima película “The wager” (La apuesta) también basada en un
libro de David Grann, “historia de un naufragio, motín y asesinato”.
Ya se sabe: El
Oscar es el Oscar. Tiene para premiar una película sobre el genio de la bomba
atómica, otra sobre un asesinato enigmático en un lugar nevado, la “Zona de
interés” sobre la normalidad con la que habitan el mundo unos criminales
genocidas y esta sobre los Osage que nos conduce a comprobar que la gran
historia humana puede estar debajo de la alfombra roja de Hollywood. Venga el
diablo o el Tío Sam y escoja.
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 09 de marzo de 2024
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