Los argentinos
tienen en sus retinas memoriosas abundantes ejemplos de una construcción
histórica llamada La Nuestra, pero pareciera que no terminan de asumir
conciencia de lo que han hecho hasta hoy desde que se inventara el fútbol
moderno.
Dice la historia
que “los hermanos Brown, figuras del Alumni que dominó a comienzos del siglo
pasado, ya hablaban de eso y el periodista Borocotó trazó un perfil de nuestro
estilo en una edición de la revista El Gráfico, en 1928, buscando que el fútbol
fuera algo más que un deporte de ingleses jugado por argentinos. Pluma
influyente, buscaba redefinir una manera -nacional- de jugarlo, de agregarle al
deporte el ingenio de la picardía criolla. La nuestra en definitiva. Un modo
propio. La argentinización del fútbol.”
Se trata de una
identidad nacional sustentada en una manera de vivir y jugar al fútbol
relacionada con la genética y la apuesta por la manera en que se debe concebir
el juego que pasa por el buen trato de balón (posesión de la pelota) basado en
unas aptitudes que se han ido transmitiendo de una generación a otra de las que
emergen tres de los cinco futbolistas más grandes de la historia: Alfredo
DiStefano, Diego Armando Maradona y Lionel Messi. Los otros dos, ya se sabe,
son un brasileño, Edson Arantes Do Nascimento (Pelé) y un neerlandés, Johan
Cruyff.
Argentina es la
privilegiada patria del potrero, del juego de la pelota en la cancha del
barrio, allá donde se jugaba y se construían amistades inquebrantables y
trascendentes durante casi todo el siglo XX. Dicen muchos de los que han
paseado el mundo que no hay tribunas más
agradecidas, leales y creativas que las colmadas por los militantes de la
celeste y blanca, y de los cuadros
bonaerernses, rosarinos, cordobeses, o tucumanos, y de ahí tenemos que la más
grande manifestación de masas con cinco millones de personas lanzadas a las
calles, no la generó Juan Domingo Perón, sino Lionel Messi y sus compañeros de
equipo y la frase más trascendente de la historia política rioplatense la
pronunció no un candidato a la presidencia, sino el seleccionador Lionel
Scaloni, luego de que sus dirigidos consiguieran para sus vitrinas la tercera
Copa del Mundo en Qatar: “No hay cosa más linda que ver feliz a tu gente, a tu
país…ver a esa gente emocionada en las calles no tiene precio”
Este pasado
jueves 17 de noviembre cuando Uruguay se impuso nada menos que en La Bombonera,
cancha de Boca Juniors, a la Argentina, retornaron a mi memoria todas las
imágenes con la que tengo presente que en la historia de la albiceleste
sobresalen la coherencia, la constancia y la fidelidad a una forma de ser: Juan
Román Riquelme abraza a Messi, Marcelo Bielsa abraza al mismo Scaloni y a Pablo
Aymar, Messi se reencuentra con su amigo uruguayo Luis Suárez con el que
compartieron cancha y asados en Barcelona. El pasado constructor de los
“Pekerman boys”, de los que formó parte el actual cuerpo técnico argentino
(Scaloni, Aymar, Samuel, Ayala) se mezcla con la obsesividad ilusionada por la
presión alta en la que cree contra viento y marea, a capa y espada, quién ahora
es seleccionador de la celeste uruguaya. Juegan un partido memorable con
triunfo de la sabiduría táctica de Bielsa. Terminado el juego, sigue la vida,
nadie quiere matar a nadie, y lo más grave que puede suceder fuera del juego es
una puteada por la derrota y punto. El fútbol seguirá porque a continuación
Argentina visitará a Brasil en el Maracaná y Uruguay recibirá a Bolivia en el
Centenario de Montevideo.
Si los políticos
argentinos tuvieran profunda conciencia de cómo su fútbol ha construido Sentido
Común para su país, si repararan que
cuando salieron el 19 de diciembre de 2022 a recibir a sus campeones, la grieta
desapareció gracias al arte de encantamiento que implica este juego
incomparable, podrían caer en cuenta, de una buena vez, que hay otras maneras
de edificar maneras de vivir que para variar hoy se encuentra dividida entre
neoliberales rabiosos que creen tener derechos exclusivos sobre la libertad y nacionalistas
de Boca y de River convencidos que el Estado debe seguir haciéndose cargo de la
educación, la salud y de los jubilados. Massa no es Menotti y Milei no es
Bilardo, Macri no es Bielsa y Cristina no es Pekerman. Todos ellos, a su turno,
han pensado que el país debía discurrir por caminos de izquierda y derecha,
pero todos coincidirán que sus héroes nacionales no son, en primer lugar, San
Martín o Perón, que sus héroes de llanto profundo y risa interminable son el
Diego y Messi.
Argentina es un
país inolvidable y tan expresivo en todas sus facetas que mañana, día de
segunda vuelta eleccionaria presidencial, se merece un festejo de los nietos de
los descamisados, de los más pobres, de esos que son capaces de abrazarse hasta
con sus patrones cuando Montiel concreta el último penal contra Francia para
decir “somos campeones del mundo.”
Originalmente publicado en la columna Contragolpe de La Razón el 18 de noviembre
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