A confesión de parte relevo de
prueba. John Bolton, Consejero de Seguridad Nacional en el gobierno de Donald Trump,
ha afirmado muy suelto de cuerpo, con el cinismo que le permiten los años, que
había “ayudado a planear” golpes de Estado en varios lugares del mundo, que una
tarea de esa magnitud exige mucho trabajo y que para tales propósitos, los
encargados de materializar dichas acciones extraterritoriales, tan
características de la autocomplacencia unipolar planetaria de la que todavía se
ufanan los yanquis imperiales, no habían sido lo suficientemente competentes
para alcanzar el éxito. Se refería, por supuesto, a la torpeza sistemática con
la que la administración norteamericana quiso convertir en presidente a Juan
Guaido en un experimento de creación de algún universo paralelo, en el que se
inventó una presidencia venezolana for
export reconocida por una cincuentena de países, mientras Nicolás Maduro,
su gobierno y las fuerzas armadas cerraban filas para combatir los intentos de
derrocamiento finalmente fracasados.
A los golpistas les irrita que
les llamen golpistas. Que se les recuerde a qué y cómo juegan para alcanzar el
poder. Que se les refriegue por anverso y por reverso que sin posverdades y
noticias falsas diseminadas por redes sociales no estarían en condiciones de
erigir esas iglesias evangélicas fundamentalistas, alérgicas al progresismo y
sustentadas en la ignorancia supina de lo que significa en nuestros países lo
nacional popular o el nacionalismo de izquierda en que el Estado detenta el
control y la administración para que el mercado se ponga al servicio de la
sociedad, y no al revés, como sucedió durante la década de los 90 en que los
ciudadanos tenían que bancarse gasolinazos con precios que repercutían en la
canasta familiar determinados por la oferta y la demanda, y que por supuesto
castigaban con severidad a los que menos tienen, a los pobres, a nuestros
pobres, los explotados, los excluídos, los ninguneados desde tiempos coloniales
hasta nuestros días.
La confesión de Bolton se produjo
dos días antes de que Donald Trump anunciara su retorno a la arena política,
para intentar una nueva aventura electoral, en tiempos en que su admirado Jair
Bolsonaro --Bolton y Trump recibieron con beneplácito su elección presidencial
en Brasil--, emite señales de inquietud ante el inminente regreso de Luiz
Inacio Lula Da Silva al Palacio de Planalto a través, nuevamente, de la vía
eleccionaria. En este contexto, en entrevista concedida a un diario argentino,
Evo Morales ha afirmado que los Estados Unidos han perdido preeminencia en América
Latina y deslizó entre líneas la idea de que en lugar de leer la geopolítica
con el prisma de los nuevos tiempos, lo siguen haciendo con anteojeras
setenteras cuando imperaban la Guerra Fría, la Doctrina de la Seguridad
Nacional y el Plan Cóndor.
A mediados de 2019, tres meses
previos a las elecciones presidenciales de ese año, ya se había decidido en una
reunión producida en la Embajada de Estados Unidos en La Paz con presencia de
políticos opositores, que en Bolivia se produciría un fraude. Es decir, el
fraude estaba consumado antes de que se produjeran las votaciones en las urnas.
En esa tarea, habrá que distinguir los esmerados servicios del entonces
Encargado de Negocios, Bruce Williamson, diplomático de vasta experiencia que
se fue de nuestro país, luego de haber cumplido tareas en la línea trazada por
Bolton: Redes sociales trabajando a full, incendios en la Chiquitanía para
estigmatizar a Evo como ecocida, médicos que fueron capaces de tumbar el nuevo
código penal y que dieron lugar a que el país siga funcionando bajo el imperio
de los códigos Banzer, policías descontentos con el tratamiento que recibían
del gobierno y mandos, altos y medios de las Fuerzas Armadas, que se apoderaron
del funcionamiento del país entre el 10 y el 20 de noviembre para consolidar la
presidencia de facto de Jeanine Áñez. Si a esto sumamos las acciones de la OEA,
de la Unión Europea, de las embajadas de Brasil y de Gran Bretaña, el golpe a
la boliviana, por dentro y por fuera, estaba servido
Un rockero pitita que forma parte
de la corporación opinadora de la derecha ha definido con la siguiente genialidad
el golpe producido en Bolivia: “La sensatez de un grupo de líderes e
instituciones de alto prestigio condujo a la sucesión constitucional”. Otro
astronauta que divaga por ese universo paralelo, ese mismo que hizo a Guaido,
presidente encargado de Venezuela, mientras Bolton, no le hace ascos a
llamarles a las cosas por su nombre: Golpe de Estado. Caradura, pero de probada
honestidad intelectual que no anda inventando explicaciones forzadas para
recodarnos que en el país de la libertad y la democracia modélica, se fabrican
conspiraciones cuando se trata de gobiernos respondones que no quieren saber
más de agendas impuestas desde Washington.
Publicado el 16 de julio en la columna Contragolpe de La Razón
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