Cuando alguna vez me preguntaron
si pertenezco a algún pueblo indígena de Bolivia respondí: Aymara francés. Parece
una broma para salir del paso, pero basé mi respuesta en una lección que el
antropólogo Xabier Albó me transmitió en 2007, basada en el concepto de
autoidentificación y que significa que uno es lo que quiere ser, aunque mi
ocurrencia no forme parte de las categorías contempladas en un censo nacional
de población y vivienda.
En buenas cuentas soy aymara
francés porque se me viene en gana. Porque tengo una relación socio cultural
esencial con los andinos originarios de la actual Bolivia desde mi nacimiento y
porque tengo antepasados por el lado materno que de ninguna manera tenían
sangre azul para decepción de mis parientes reaccionarios y con ínfulas de
copetudos a quienes alguna vez les dije en franca provocación que seguramente
los breteles de los que somos descendientes eran panaderos, obreros o
campesinos de la campiña francesa, y que a mí de Francia me interesó siempre
Mayo del 68, así como películas de la “Nouvelle Vague”, sobre todo las de
Truffaut y el cerebro futbolístico del francés argelino Zinedine Zidane.
Considero irrelevante que mi
condición mestiza no figure en la boleta censal. Y esto sencillamente porque
hay conceptos universales implícitos en nuestra vida diaria. Si, en cambio,
creo fundamental que los bolivianos originarios, esos que hacen de nuestro país
una plurinación única, reafirmen sus orígenes pre coloniales y pre republicanos,
porque si existe un elemento que nos hace diferentes frente al mundo, en el
mejor sentido de lo que significa ser diferente, es el marcado por el hecho de
que nuestros pueblos indígenas inscriben las características y rasgos etnico
ancestrales de la historia de la cultura indoamericana en lo que es el país
como República y ahora en primer lugar como Estado Plurinacional.
Mestizas y mestizos que quieren
estampar su condición en la boleta censal se encuentran atrapados en un proceso
subconciente de negación de los otros y las otras. De los indios. De los
bolivianos de Omasuyos, de los bolivianos de Guarayos, de los bolivianos de
Chiquitos, de los bolivianos del Chaco, de los bolivianos de Tarabuco…y así
podría seguir hasta que el número de caracteres para este texto, me diga que
tengo que cortar por límite de espacio. Ese dispositivo ideológico está
magistralmente explicado en “El espejismo del mestizaje” (2005) de Javier
Sanjinés, doctor en literatura y docente de la norteamericana universidad de
Michigan que señala: “En Bolivia, el
paradigma del mestizaje no es más que el discurso letrado de las clases altas,
cuyo propósito es justificar la dominación continuada del sector de los
mestizo-criollos que asumieron el poder después de la Revolución Nacional de
1952”. Así de claro, contundente y terminante.
En el contexto de desmontaje en
profundidad de Sanjinés, me provocaría vergüenza sugerir que por ser mestizo,
se me facilite la posibilidad de marcar tal “cualidad” en el cuestionario del
censo. Sucede que este asunto pasa por una fobia ideológica y racializadora que
consiste en rechazar de manera visceral todo lo que huela a proyecto masista. Con
el interregno del golpe de Estado de 2019, el proceso político e ideológico que
se fortaleció a partir de la agenda de octubre de 2003, ya lleva quince años,
tiempo en que las nuevas matrices estatales han facilitado la emergencia de
nuevas referencias sociales y de participación política. Los mestizos que
contribuyeron a sacar a Evo de la presidencia, vuelven a proferir alaridos
porque fue otro espejismo el pretender que el partido azul desapareciera, y con
el, todas las tareas multidisciplinarias y transversales relacionadas con la
nueva agenda que aplastó al neoliberalismo más cuadrado y esquemático que
dominó al país entre 1985 y 2005.
Acciones legales constitucionales
se programan para encajar la categoría mestizo en el próximo censo. Los
promotores de esta emotiva iniciativa quieren ser más que lo que representa el
MAS. Quieren demostrar que la mayoría nacional es mestiza y no están dispuestas
y dispuestos a aceptar la existencia de unas mayorías nacionales que forman
parte de otro espectro, el relacionado con el campo popular en el que se mueve
la Bolivia ahora visibilizada y participativa que continúa emergiendo
progresivamente. Ya que no pueden ganar elecciones desde 2005, por lo menos
quieren ganar a través del conteo en el nuevo censo. Parece ser una manera de
mitigar penas y de negarse una vez más, a comprender de que está hecho el
entramado país en el que vivimos.
Originalmente publicado el 07 de mayo en la columna Contragolpe de La Razón
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