El día en que archondito
redactó que una dupla política interesante y con proyección ganadora en
elecciones presidenciales la conformaban Juan del Granado y Ernesto Suárez,
llegué a la conclusión de que los estudios de posgrado no garantizan lucidez y
talento para la prognosis. Suficiente con una simple observación para verificar
en qué lugar del tablero político han terminado el ex mirista y el ex adenista.
De todas maneras, el analista en cuestión siguió empeñado en ser un funcionario
aplicado, pues pasó del Banco Mundial a la representación boliviana en Naciones
Unidas en el gobierno de Evo Morales con el que más tarde terminaría
enemistado, debido a la chambonada encabezada por un persecutor que lo acusó de
haber asumido como embajador de manera indebida, ya que el cargo se lo había
dejado en bandeja de plata su antecesor-jefe, Pablo Solón. Desde entonces, el
ahora habitante de Puebla, México, emprende sistemáticas arremetidas contra Evo,
el MAS, y contra quienes lo expulsaron hacia la vereda de enfrente: Una suerte
de embajador que respira por una herida que no sanará nunca.
Dice el
analista, oficio que ejerce con fruición, que lo sucedido en noviembre de 2019
es “un intento de falsificación del pasado inmediato” y que según Edward
Luttwak, para que haya golpe de Estado son indispensables las condiciones de
“infiltración y desplazamiento”, que “no hay golpe si el motor es la gente
movilizada”. Para completar su cuadro de interpretación de los hechos, afirma
que “todo golpe transcurre del mismo modo”. Estas afirmaciones certifican que
para el autor de “Incestos y blindajes” (2003) el libro-demolición contra Raúl Garafulic padre,
y que ahora escribe para el diario de Raúl Garafulic hijo, el concepto de golpe
suave no existe, y en el que la llamada estrategia de lawfare es producto de nuestra afiebrada imaginación y por lo tanto
lo que sufrió Dilma Rousseff en 2016 a través de un impeachment hurdido por la derecha brasileña bien secundada por los
militares, no habría sido un Golpe de Estado.
Lo interesante
del analista de manual es cómo justifica entre líneas su condición pitita, al
atribuirles a las clases medias urbanas que salieron a gritar “fraude!” la
legitimidad necesaria para forzar la renuncia de Evo Morales del gobierno,
ignorando deliberadamente a la otra gente movilizada que salió con wiphalas a
cerrar filas en defensa de su proceso histórico político y que entre el 15 y el
19 de noviembre fue reprimida y acribillada con un saldo de casi cuarenta muertos,
dos centenares de heridos y la inauguración de un régimen represivo,
criminalizador y judicializador-extorsivo de la política. En otras palabras,
hay una legitimidad que vale y la otra no, vieja práctica de ninguneo e
invisibilización de los nadies, a cargo de los operadores del establishment.
El analista dice
que la narrativa del “Golpe de Estado” es la mentira del año y por lo tanto,
los que creemos firmemente que hubo un quebrantamiento de la institucionalidad
democrática boliviana, somos unos mentirosos afanados por querer imponer nuestra
versión como verdad histórica. Pues bien, en este tramo corresponde subrayar
que a este analista se lo entiende mejor por lo que no dice. Por lo que no quiere
mirar. Ni escuchar. Porque incluso concediéndole que no hubo Golpe de Estado,
apoyado en su autor de cabecera, Edward Luttwak, sabe perfectamente que la
sucesión de Jeanine Añez fue inconstitucional. Que en ese camino del tránsito
de segunda vicepresidenta del Senado a Presidenta del Estado Plurinacional,
violó por lo menos una docena de leyes tipificadas en el Código Penal como
resoluciones contrarias a la Constitución. Que si bien no se suprimió el
funcionamiento de la Asamblea Legislativa Plurinacional, Áñez ejerció la
representación del Órgano Ejecutivo de facto, considerando que esa legitimidad
a la que se refiere el analista estuvo sustentada en motines policiales que
contravienen el ordenamiento jurídico, lo mismo que la “sugerencia” de renuncia
a cargo de los militares, que también, según su ley orgánica, no deliberan, es
decir, están impedidos de actuar en la arena política. ¿Levantamiento popular? ¿Legitimidad?¿Y
la legalidad?¿De qué hablas Willis?
El analista
quiere creer en los golpes de Estado estereotipados por Hollywood. Y para no
reconocer que Áñez y sus colegas senadores Murillo y Ortíz tomaron por asalto
el gobierno, recurre a una biblografía en la que no se consignan los golpes
blandos y las guerras de cuarta generación, y tampoco está escrito cómo los
militares, los curas de la jerarquía
eclesiástica y los embajadores –el tardofranquista León de la Torre de la Unión
Europea a la cabeza—se atribuyen “legitimades” que nadie les ha otorgado para
decidir en nombre del pueblo. Hay una diferencia abismal que enfrenta la
legitimidad contra la injerencia y la violación del Estado de derecho.
El 9 de
diciembre de 2020 en su H Parlante-Facebook, el analista se refiere a este periodista:
“él sí sabe de lo que escribe”. Con este alegato ya no tendrá dudas acerca de
su afirmación.
Columna Contragolpe, originalmente publicada en el diario La Razón el sábado 24 de abril
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