En el transcurso de la vida se hacen muchos proyectos. Se escriben en los calendarios anuales y a partir de su inscripción en una fecha y una hora se lanzan al viento con la ilusión de hacerlos posibles.
Hace algunos años tuve un conjunto de cuatro agendas Lufthansa, de esas negras rectangulares. Razones vinculadas a la necesidad de enterrar fragmentos del pasado me decidieron a expulsarlas del baúl de los recuerdos al canasto de los desperdicios.
Más adelante tuve otras agendas más grandes y de cuero, también correspondientes a cuatro años consecutivos y que conservo en el lugar de los objetos archivados.
Como las anteriores, --las deliberdamente perdidas en una apuesta por el tiempo nuevo-- las agendas fueron siempre los libros que no escribí, las citas a las que no acudí, los plantones que soporté, las desquiciantes impuntualidades que muchas veces se impusieron a mis mejores deseos.
Las agendas fueron/son, especialmente, las coquetas demarcaciones tipográficas de los espacios y tiempos en que nos internamos, y de aquellos también, a los que jamás accedimos por el contratiempo de vivir sujetos a la exigencia de estar eligiendo permanentemente, cosa que nos resigna a la limitada condición de mortales que van en bus porque no pueden en taxi, o trabajan a destajo porque no existen opciones de tiempo completo.
Sobre los tiempos de las agendas uno va y viene continuamente. Retorna a los días en que se concretó o frustró algún plan, se adelanta a lo que hipoteticamente podría suceder en las próximas 72 horas cuando se decida si firmaremos o no el contrato del siglo.
La agenda es el reducto de la incertidumbre, la prueba de descargo a todo cuanto logramos, pero que intentamos, cuando menos, anotando sucesivamente el nombre de quien por días, semanas, o meses nos tuvo en sus manos, pero que también se encontraba en la posición de entregarnos las llaves del reino.
Uno escribe citas en la agenda que corresponde a cada año y está escribiendo subrepticiamente, en dos o tres palabras, la síntesis de algo que quisiera hacer con toda el alma. Al cabo del transcurso de las irreversibles vueltas de página, uno se percata que a veces los sueños y aspiraciones nacen y mueren instantaneamente con una anotación. He ahí en realidad su única razón de ser.
lunes, 18 de febrero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
El bicentenario de la república colonial
El odio clasemediero conservador contra el MAS parece encontrarse en pausa porque estaba fundamentalmente concentrado en la figura de Evo ...
-
Después del trauma colectivo producido por el descalabro del gobierno de la UDP (1982-1985), fulminado por el salarialismo cobista y el bo...
-
Tengo un asíduo lector que en nombre de una falsa cruceñidad sale al paso a defender casi siempre lo indefendible, y lo hace a menudo contra...
-
En la madrugada del sabado, luego de guardar el auto en el garaje, un individuó se metió en el estacionamiento del edificio, me dejó inconci...
1 comentario:
Me encantan las cosas que escribes cuando tu mirada sale de la realidad y se enfoca en el cielo. Si te das cuenta, la gente sólo comenta en tus textos polémicos por gana y gusto de criticar, pero no comento en los textos que realmente necesitan ser analizados para entenderlos, como este. Quizas por eso comentan en lo facil de leer y no en lo dificil de comprender. "El tiempo es una creación del hombre".
Publicar un comentario