El huracán facebook, el tornado twitter, el fisgón whatsapp, el sonido instantáneo y multiforme youtube, las ficciones a la carta Netflix, la música Spotyfy, el exhibicionsimo Instagram están aplastando a los mass media, a la tele abierta y privada-pagada, a la radio que pasa del sintonizador a la aplicación internet, al diario en el que el papel ya no aguanta todo porque su éxito se hace digital, suscinto, esquemático de noticias y cada vez más vaciado de historias, relatos, narraciones, crónicas, cuentos, ensayos y otras yerbas extensas que ahora se miden como inacabables dada la brevedad, la concisión y la muerte de la gramática y la ortografía.
Para mi satisfacción, celular en mano a diario por las calles, la gente debe seguir caminando en dos pies, subirse al transporte público y asistir a ciertos sitios a los que no puede llegar on-line. Así hemos podido asistir en esta última década a las apariciones de rostros que parecían irremediablemente condenados al guetto, apariciones que se han producido gracias a los descolgamientos que permiten los teleféricos, y a los escalamientos que posibilitan los mismos. O sea, nos cruzamos, nos miramos, conversamos en las cabinas cuando jugamos a comunicativos y aprendemos que habíamos sido más de los que nos pensábamos y bastante distintos en colores y olores de lo que nos había contado la historia oficial de los mesas, los magos manos de tijera, los siles, los crespos (hechos y desechos), los cajías, los urriolagoitias, los fernández de cordobas, los uriostes, los paz, los estenssoros, los albortas, los gutiérrez guerras y los gutiérrez paces, los echalares, los prudencios imprudentes e impostores, los montes desmontados, los moreno que de tales solo tienen a Gabriel René, pálidos de racismo desde el escritorio ilustrado mirando en lontananza.
Más. Habíamos sido más. Rodeados de indios, de indígenas, de originarios, de personas, mujeres y varones a los que la Revolución cincuentona del siglo XX había instrumentado como masas y a las que había inventado un destino forzado y manipulado con la rimbombante y mentirosa etiqueta de Alianza de Clases, para que las camionadas de aymaras y qechuas embutidos como sea llegaran a vivar al Movimiento, a Villarroel, a Paz Estenssoro, el más grande populista de la historia de Bolivia, al que los mesas, los magos, y todos sus amigos de las reuniones de Chocolate terminaron venerando como Doctor Paz, porque para qué acordarse de campos de concentración, de masacres, de persecución de falangistas, a cargo de fortunes, sanromanes y gayanes, si con el 21060 evitó que Bolivia se nos muriera.
Y pensar que nos subimos al carro de esa democracia que era la única democracia posible entonces. Y pensar que a veinte años del decreto mágico llegó a la presidencia un cocalero sindicalista bloqueador y poco letrado...y pensar que la democracia había tenidos sus variantes y como diría el gran Flaco aprendimos a que "en un tinglado inconcluso moran dos bolitas ilegales pero limpios."
"Todos estos años de gente" como dice el título de esa gran canción el maestro Luis Alberto Spinetta nos han servido para saber que habíamos sido tan endiabladamente diversos que todavía no nos cabe en la cabeza que este cambio de paradigma democrático nos tenga obligados a no retornar al pasado de historias, pero sobre todo de historietas oficiales, porque esa etapa debe quedar superada y sepultada por el imperativo histórico que nos obliga a vivir con el descomunal grado de dificultad al que nos obliga nuestra condición plurinacional, tan inesperada y despreciada por los bien pensantes e ilustrados de apellido compuesto que ya terminan de pasar de largo, transitando los últimos metros de lo que les queda de territorio, mascullando sus frustraciones, luego de que decadas atrás fueran izquierdistas de salón o de cafetín y hoy han quedado reducidos a tuiteros de trasnoche, funcionalizados por el sistema al que alguna vez condenaban boca para afuera con jeanes raídos y chalinas de alpaca, tejidas por esas mujeres y esos varones que deberán tener la lucidez para celebrar y cantar a los cuatro vientos que ya nadie les quita lo bailado.