Nunca antes esta ciudad tropical fue tan vitrinera. Falta poco para que detrás de la poesía que pronto será otra moda a consumir, aparezca una gran estrategia de marketing, una pila de cadaveres agolpados en el ropero de la abuela, o se sepa que en esos mismos armarios se encuentran papeles manuscritos celosamente guardados en los que figuran las pruebas irrebatibles de la vida como plagio de unas literaturas a otras (es que incluso ya tienen su feria del libro).
Vitrinas una detrás de otra y maniquís fijos en los escaparates y maniquís vivientes recorriendo esta ciudad con tantos incapaces de aspirar a un esnobismo por lo menos llamativo y algo original, para el que hay que leer un par de datos sobre la alta costura o el pret a porter.
Vitrinas plagadas de vitrineras con resabios de villorrio de principios del siglo XX. La colisión entre el costumbrismo y el consumo de farmacos y anfetaminas precede a las conversaciones gritonas, poco estructuradas, casi descerebradas de estos clanes que juegan a Miami Vice siglo XXI. Es una decrepitud de casas de juego multichillonas y ensordecedoras. De casas de putas atestadas de paraguayas indocumentadas y hermosas. De asaltantes de celulares que por tu Black Berry te envían directamente a la sección de muertos exquisitos.
Y encima, cuando los maniquís vivientes deben subir a sus comandos Hummer para anillar la ciudad y convertirla en una argolla de maquinas a velocidad turbo, los billetes que blanquean e inundan el mercado señalan claramente que un cocalero del subtrópico jamás podrá subirse a pilotear un supersónico automático con look Lady Gaga/Gisela Santa Cruz o Ricky Martin/Mister Bolivia, porque entre la cultura de la chichería y la del escaparate bien producido hay una distancia como la que separa South Beach de Zinahota.
Vitrinas de acontecimientos en que la sustancia son las vitrinas mismas. Las marcas valen por las caderas, los libros por las presentaciones en sociedad y el vino de honor, todo perfectamente sintetizado por el nombre de un sitio que debería ser el Archivo Histórico Filosófico de esta legión de consumidores: "¿Qué me pongo?".
Marcas, todas las marcas originales, nada de trucheríos, porque para eso, sobra con la cantidad de libros piratas que alternan su orden de casco viejo y céntrico con el fashionerismo autonómico y pluricomprador.
Vitrinas y mujeres guapas. Revestidas de una feminidad aparente y pedestre habría que decir. Me muero por ver si mañana saldrá mi foto en Sociales.