sábado, 2 de noviembre de 2019

El payaso del sistema


Los cultores del comic andan alucinando con el Joker que ha compuesto Joachim Phoenix y los cultores del buen cine de todas las épocas se están lanzando a las salas desparramadas por todo el planeta, acicateados por el León de Oro del Festival de Venecia que ha obtenido esta película de masas, que perfora la historia del más sofisticado y atormentado enemigo de Batman que ha llegado al mundo, según el especial énfasis de esta versión cinematográfica, para experimentar desde sus primeros recuerdos, la negación, el menosprecio, la subestimación, el bullying y el ninguneo, estímulos que conducen al personaje a graduarse de resentido social, según lo dicta el léxico conservador,  con talento para la catarsis sanguinaria como forma de respuesta a todas las desgracias que debe soportar en su tortuosa existencia, combinada de precariedad para enfrentar el día a día y de ilusiones sobre lo que nunca le sucederá: Seducir a la vecina con la que fantasea, pero que en realidad le teme, y alcanzar celebridad producto de un talento que cree poseer y del que casi nadie se entera.

Digo que esta película --“Guasón” en castellano-- perfora la iconografía de códigos fantásticos, impresionistas, policromáticos y hasta psicodélicos, según las versiones que se producían de una a otra década (comics, películas, serie de televisión), --inaugurada en 1939 con la irrupción del Caballero de la Noche, “Batman” creado por Bob Kane—porque el director Todd Phillips, optando por una estética decadente en la que destacan el claroscuro, la mugre y el deterioro,  aprovecha la laberíntica estructura mental del personaje para ofrecernos la disección psicosocial de un hijo de nadie apaleado por los códigos de convivencia en que domina la apuesta por el individualismo y el castigo al malvado que tiene como destino inevitable la marginalidad en el tablero de la gran ciudad, esa que lleva el nombre de Gótica, y que es en buenas cuentas la Nueva York considerada por tantos, capital del mundo, ciudad inclasificable en un país de señalética perfecta en el que ni el más despistado debería extraviarse.

Nos inculcaron en la infancia la idea de que el payaso tiene como oficio el hacer reír al público que acude al circo. Y que no importan los dramas o crisis existenciales que vaya soportando en la “vida real” porque de lo que se trata es de honrar el pago de la taquilla, sin que importe el acudir al expediente del chiste barato o previsible. El payaso debe reír y hacer reír, aunque tenga inundadas las entrañas de lágrimas y en esa lógica de comprensión, se ha construído en el imaginario que se trata de un ser triste que habita en la pobreza,  pone cara y risa de circunstancias, que sale al escenario maquillado al extremo de quedar sin rostro propio y ataviado de manera estrafalaria para que la ridiculez de entrada, como primer impacto visual, ya resulte graciosa.

El Joker, enemigo de Batman, era en primer lugar un histriónico egocéntrico que luchaba por controlar la ciudad a través de una organización criminal por él mismo comandada, pero esta última versión, sin la presencia del hombre murciélago, tiene todo para concentrar la trama en un destino solitario,  propio de la represión institucional de las grandes urbes: La cárcel, el hospital, el geriátrico y en este caso el manicomio (Arkham) en el que el personaje desemboca, y con el que se corta de raíz la serie de asesinatos a cual más truculento, todos ellos con una explicación provista por el mosaico social: los chiquillos de barrio afros y latinos, los yuppies de Wall Street que lo atacan en el Metro, su propia madre con quien mantiene una perniciosa relación edípica y le miente acerca de la paternidad que permitió su llegada al mundo y en el climax narrativo, el showman televisivo, ícono del Star System (Robert De Niro), que lo invita a su talk show para mofarse de su necesidad compulsiva de reír y de convertirse en un referente para retrucarle al poder y sus mecanismos, con rabia, violencia y desorden callejero, con gente desbordada y debidamente disfrazada con caretas de clown en homenaje al antihéroe que ha desatado la indignación colectiva. Confesar en la tele un crimen tiene que subir el sagrado rating, aunque las consecuencias se paguen con otro asesinato si de lo que se trata es de competir para ganar en el perverso cosmos del show bussines.
C
on alusiones de  guión a “Taxi driver”(1976) y al “Rey de la comedia” (1983) de Martin Scorsese, Joker tiene la particular sutileza de quedar liberada de las convenciones del personaje de comic, para internarse con osadía en la muy característica película de personaje/actor producida por la gran industria en la que se impugna al sistema desde el mismo sistema: Si eres un mal nacido, no te preocupes, los engranajes están preparados para que te conviertas en una entidad monstruosa que es a lo único que puedes aspirar en busca de unos minutos de gloria, porque este mundo usa y bota a los pobretones, y los convierte en criminales desde pandilleros juveniles hasta psicópatas con destino al psiquiátrico. 

En el sistema- mundo, en la contemporaneidad unipolar donde los negocios dominan las creencias, cuando las reglas de juego aplastan la autoestima, siempre habrá un Joker dispuesto a ofrecer un festival sangriento para beneplácito de la morbosa y acomodada existencia de la platea.


(Originalmente publicado en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides ANF el 15 de octubre)

La dupla que no fue


El 3 de diciembre de 2017, día de elecciones judiciales, emití un video por Facebook en el que predecía que el binomio de la embajada de los Estados Unidos para las elecciones de 2019 estaría conformado por Carlos Mesa y Oscar Ortíz. Dije entonces que Carlos D. se postularía a la presidencia aunque éste lo negara reiterativamente. Mi presunción se bifurcó en dos candidaturas que han terminado por confirmar que en estos casi catorce años de un solo presidente, las oposiciones tradicionalistas con vocación neoliberal no fueron capaces de construír, como debe ser, con paciencia y laboriosidad, un proyecto alternativo de centro derecha capaz de rebatir cada una de las hipótesis y certezas con las que Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) pretenden ahora alcanzar un cuarto período consecutivo que los conduciría a gobernar Bolivia por casi veinte años, hasta 2025.

Si la principal dupla opositora fuera en este momento, Carlos Ortíz presidente – Carlos Mesa vicepresidente  -sí, en ese orden, aunque al andinocentrismo clasemediero y citadino le parezca inconcebible--, a pesar de los enormes vacíos conceptuales con los que han encarado el ejercicio de la política, y su casi nula contribución a la refundación de un sistema de partidos, estarían en condiciones de disputarle el triunfo al partido de gobierno, voto a voto,  y no como está sucediendo hasta ahora, según gran parte de las encuestas, en que sumados, los candidatos de Bolivia Dice No y de Comunidad Ciudadana, llegan con muchas dificultades al 30 por ciento, mientras el MAS se encamina a superar la valla del 40.

¿Por qué un binomio en ese orden de los factores? Porque sencillamente Ortíz forma parte del único partido político que después del MAS se ha configurado orgánicamente --desde Santa Cruz--, tomándose más en serio que el resto, la necesidad de articular un proyecto a partir de una estructura de características institucionales y porque tanto su candidato en condición de Senador y su jefe nacional, el Gobernador Rubén Costas, fueron los principales defensores de los resultados del referéndum del 21 de febrero de 2016, mientras Carlos Mesa, fiel a su estilo, andaba con una pata oficialista como vocero de la causa boliviana por el juicio planteado contra Chile ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y con la otra, ese mismísimo 3 de diciembre de 2017, cuando todavía ejercía de columnista de diarios y profesor universitario, acusando al gobierno de autoritario. Es decir que Ortíz tuvo una sola conducta contra el gobierno y su proyecto prorroguista, en tanto Mesa, decía una y otra vez que no sería candidato, hasta que encontró en el Frente Revolucionario de Izquierda (FRI) el paraguas que lo ayudaría a guarecerse de las tempestades que le caían, una tras otra, con temas como los de Lava Jato y Quiborax que lo ponen en aprietos en lo que a transparencia y servicio público se refiere.

Otro sería el panorama electoral, a sólo un mes de la realización de los comicios, con un candidato cruceño potenciado por su propio departamento y debidamente secundado por otro que ya fue vicepresidente y tendría en esta, la oportunidad de reivindicarse luego de haberse desmarcado de Gonzalo Sánchez de Lozada para terminar siendo un presidente ni chicha ni limonada, y tratar de taparnos la boca a todos quienes reconocemos su soltura oratoria, pero lamentablemente, sobre todo, su falta de claridad para la toma de decisiones y para honrar la palabra empeñada: ”Ni olvido, ni perdón” para los responsables de Octubre Negro de 2003 en El Alto por ejemplo.

En esas condiciones, Mesa sería indirecta y seguramente readmitido en el electorado cruceño que no le perdona sus desaprensivas e irrrespetuosas declaraciones de ninguneo en los tiempos de lugarteniente de Goni y de presidente de los pañuelos blancos, y Ortíz con sus excelentes lazos a distintos niveles con los Estados Unidos, estaría puesto ahí como carta renovadora, con un pasado político muy discreto en calidad de funcionario del gobierno democrático de Banzer (1997 – 2001).
Ortíz – Mesa era la dupla ideal de la oposición para estas elecciones del 20 de octubre de 2019, pero pudo más el diegocentrismo  que la claridad estratégica. Primero fue Samuel Doria Medina el que pateó el tablero porque se consideraba, sí o sí, candidato, y no soportó que un monolítico Movimiento Demócrata Social (Demócratas) le plantara cara y lo mandara a pasear con sus ínfulas de colla predestinado. Más tarde, con Mesa no hubo caso de cerrar un acuerdo desde la gobernación de Santa Cruz con la consecuencia de que hoy, se encuentra tercero en la preferencia electoral cruceña y Ortíz tiene muy buena aceptación en sus propios pagos y en el Beni, pero en el resto de los departamentos no pasa del 5 por ciento de la favorabilidad.

Así han cerrado, sus apuestas los principales referentes de la oposición, divididos y perfectamente funcionales a la candidatura de Evo Morales. “Divide y vencerás” dijo lucidamente el Emperador Julio César, máxima que no hubo necesidad de aplicar ya que la fragmentación de las oposiciones bolivianas, fue obra exclusiva de ellas mismas que se encargaron de confirmar que si hay algo que no gobiernan con sensatez y equilibrio los hombres con distintos grados de vocación de poder, son sus inmanejables egos, aquellos que los conducen tantas veces a tomar decisiones erroneas. 




(Originalmente publicado en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides ANF el 24 de septiembre)


domingo, 11 de agosto de 2019

Gringos, balas, minas y candidatos


En época de Feria del Libro hay que recomendar sin ambages la extraordinaria investigación del estadounidense Thomas C. Field Jr. que con el título en castellano “Minas, balas y gringos – Bolivia y la Alianza para el Progreso en la era de Kennedy”,  disecciona de manera implacable, por la rigurosidad de los datos en los que se sustenta, lo secuestrada que estuvo la Revolución del 52 con un Paz Estenssoro, sobre todo a partir de la década de los 60,  absolutamente sometido a los direccionamientos del gobierno del legendario J.F.K. que condicionó la ayuda económica a nuestro país, a la penetración sin límites de la llamada Alianza para el Progreso, aparato con el que se activó el Plan Triangular, en plena Guerra Fría y el pretexto-argumento geopolítico de evitar que nos convirtiéramos en un estratégico satélite del comunismo que “estaban trabajando duro para subvertir el gobierno y convertir a Bolivia en un Estado de obreros y campesinos” (pag. 105, capítulo 2, El desarrollo como anticomunismo). 
Paz Estenssoro fue el arquetípico caudillo modernizador autoritario que usó el tenebroso Control Político para acallar a la derecha falangista y a la izquierda sindical minera de los históricos Juan Lechín Oquendo, Federico Escóbar e Irineo Pimentel. Y vaya que logró en gran medida su cometido, instalando campos de concentración y pertrechándose militarmente con la ayuda gringa para reprimir a los revoltosos de los centros mineros que querían una Bolivia soberana,  liberada de las ataduras impuestas por el imperio del norte, imperio que por supuesto existe y no es el producto del delirio de unos cuantos idealistas empecinados con cerrar sus puertas al mundo exterior para que nuestros recursos naturales no fueran aprovechados para beneficio propio antes que para saqueo ajeno como ha sucedido a lo largo y ancho de nuestra historia.
“Minas, balas y gringos…” fue publicado en mayo de 2016 por el Centro de Investigaciones Sociales (CIS) dependiente de la Vicepresidencia de nuestro Estado, y cuenta con la versión original en inglés editada por Cornell University Press.  El autor es profesor asociado y jefe de facultad de Estudios Globales en el Embry-Riddle College of Security y en el prólogo del libro, James Dunkerley ha definido esta monumental investigación  como “una valiosísima contribución a nuestra comprensión de la historia boliviana moderna y abre nuevas perspectivas sobre la Revolución Nacional , proporcionando un apasionante ejemplo de investigación forense que puede y debe ser emulado”.
Si hay un libro acerca de la historia sobre la Bolivia del siglo XX que se debe leer en quinto y sexto de secundaria es éste, porque con su solidez argumentativa y sus datos,  hecha abajo un sistema de creencias acerca de los mitos, los lugares comunes y las bondades per se de la Revolución movimientista que influyó en el acontecer nacional y en las administraciones gubernamentales, con Paz Estenssoro posteriormente asociado a Banzer en dictadura y democracia, entronizando el neoliberalismo (1985 -2005) y con Lechín Oquendo en frente, desde la izquierda, encabezando la resistencia obrera a la injerencia de los Estados Unidos en las decisiones sobre el aparato de poder y en las políticas económicas.
En “Minas, balas y gringos…” no hay párrafo que  tenga desperdicio. Nombres, lugares, hechos, planes estratégicos, situaciones de altísima conflictividad social, incluída una signficativa anécdota acerca de las sardinas podridas con fideo que le dieron de comer un grupo de mujeres mineras, al presidente de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) de entonces, Guillermo Bedregal Gutiérrez, ponen en evidencia cuan genuflexo fue “el Doctor Paz” con el gobierno de Kennedy y cuan resistentes y luchadores  fueron los mineros de la época, perseguidos y reprimidos cuando las violaciones a los derechos humanos estaban a la orden del día, en tiempos en los que de verdad existía persecución política a cargo de amos foráneos y peones criollos de la estrategia norteamericana anticomunista.
Se trata, además, de un perfecto mapa en el cuál podríamos realizar el ejercicio de extrapolar a los candidatos presidenciales de hoy al contexto de ese tiempo. Así tendríamos que Evo Morales sería Irineo Pimentel o Federico Escóbar, líderes de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) identificado por trayectoria con una auténtica causa nacional popular de las mayorías desposeídas, Carlos Mesa quedaría perfectamente mimetizado en cualquiera de los cargos ostentados por la alta jerarquía movimientista de entonces y Oscar Ortíz podría ser fácilmente un burócrata puntual y disciplinado, contratado por la embajada de Estados Unidos como parte del personal local.
 Hay que leer “Minas, balas y gringos”. Será una buena manera de conseguir que algunos puedan quitarse la venda prejuiciosa de los ojos, esa que consagra la ignorancia, el desconocimiento  y la inconciencia acerca de lo que en realidad está hecho este país, nuestro país, esta Bolivia que en seis años cumplirá doscientos años de “independencia” de vida republicana, y que sin dejar esa condición y cualidad, es desde hace diez años, en primer lugar, Estado Plurinacional.



Originalmente publicado el 07 de agosto en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF)

jueves, 23 de mayo de 2019

El departamento


El chiste de la democracia pactada decía que Leopoldo Fernández era tan pobre que apenas tenía un solo departamento…el departamento de Pando. Prefecto y Cacique, el preclaro líder territorial del entonces más pobre y aislado territorio del país, manejaba vidas y haciendas para unos en el mejor sentido y luego para otros con el desenlace producido con las muertes de campesinos emboscados en una zanja en la zona de El Porvenir el año 2008.
En cambio, el departamento de propiedad horizontal del matrimonio Teresa Gisbert Carbonell-José de Mesa Figueroa, situado en el edificio Brasilia, calle Juan José Pérez esquina 6 de agosto, no cuesta ni a bala 30 mil, 19 mil o 55 mil dólares según pudiera establecerse a partir de un convencional avalúo comercial practicado por una entidad bancaria, porque sencillamente el metro cuadrado en zona tan céntrica, diagonal al monoblock central de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), está por encima de los mil dólares, ahora y también hace una década cuando fue adquirido por una señora de apellidos Hinojosa Imanareco. Si esa propiedad horizontal cuenta con una extensión de ciento veinte metros cuadrados, está claro que el precio es incluso mayor a los ciento dos mil dólares en que más adelante la misma ex pareja del Coronel Gonzalo Medina, lo habría  revendido con rotundo éxito.
No tengo la menor idea de los precios de los departamentos, -- mientras el hijo de José de Mesa se desgañitaba tratando de explicar y complicándose gratuitamente con el depósito que le hicieran a una de sus cuentas personales --,  que Evo Morales comenzaba a entregar a familias damnificadas por el deslizamiento de un apreciable número de viviendas en una deleznable zona de la ciudad, como lo son el 60 por ciento de las mismas en toda La Paz, según el mismísimo alcalde Luis Revilla. Es decir que esto me hizo notar que Mesa hijo no refirió una sola palabra de solidaridad con las familias caídas en desgracia que por ahora duermen en carpas en la cancha Fígaro, lo que lleva a suponer que calculó no decir ni pío en un asunto en el que el Gobierno Municipal de La Paz deberá dar explicaciones estructurales, superada la crisis, cuando al final de cuentas, los departamentos de los que dispone el gobierno nacional terminen cobijando a la gran mayoría de esas casi dos centenas de familias que lo perdieron todo por las inclemencias del cambio climático, las urgencias que no permiten elegir donde vivir y las irregularidades para autorizar construcciones donde sea y como sea.
Este lío sobre departamentos debe llevarnos inevitablemente a comparar las dimensiones simbólicas del departamento de Leopoldo Fernández, del departamento de los Mesa Gisbert y los departamentos del plan de vivienda gubernamental, felizmente deshabitados, para que pasaran a ocuparlos unas familias a las que jamás se les pasó por la cabeza ni por un segundo, que los sueños de la casita propia se les harían trizas en un abrir y cerrar de ojos.  El departamento de Leopoldo ha sido democratizado a lo largo y ancho, han dejado de mandar caciques de distintos tamaños y los pandinos ahora son más bolivianos que hace aproximadamente dos décadas. El departamento de los papás del ex vice y ex presidente, ha levantado dudas razonables acerca de cómo se vende y compra en Bolivia, de cómo se hacen transacciones inmobiliarias a través de, seguramente, escrituras públicas en las que figuran unas cifras y contratos privados en que aparecen los montos reales y completos.
Para redondear mi panorama sobre la propiedad horizontal, decidí examinar el archivo y me encontré con “El apartamento” (1960), película de Billy Wilder en la que el protagonista (Jack Lemmon) cedía el suyo a los jefes de su empresa, para que se convirtiera en refugio de amoríos clandestinos de los que participaba como amante la chica de la que se enamora (Shirley MacLaine). La crítica de distintas épocas considera esta sencilla película una obra maestra por su claridad argumental, la sencillez de su trama y el oficio de sus intérpretes, capaces de exponer los matices del comportamiento humano a partir de sus pulsiones, así que entre los distintos departamentos aquí abordados prefiero en primer lugar los de la solidaridad con los caídos en desgracia y el cinematográfico de Wilder que se refiere a la doble vida de tantos seres humanos, que en casa tienen una cotidianidad y en el departamento otra escondida, esa que no admite pruebas de su existencia.


Originalmente publicado en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF) el 08 de mayo

jueves, 14 de marzo de 2019

Menos calle que Venecia


En una más de tantas declaraciones forzadas,  el candidato ilustrado dijo que Evo Morales no tiene calle porque se la pasa viajando en helicóptero. El mismo sujeto ya se había equivocado atribuyéndole al Ministro de Comunicación, una declaración que hizo su propio escudero vicepresidencial el 31 de enero en entrevista concedida al diario que alienta su candidatura, en sentido de que a su propio binomio le faltaba calle, esto es, contacto con la gente de a pie, esa mayoría anónima que decide el destino democrático del país cada cinco años.
Diego Armando Maradona dijo de Mauricio Macri en tiempos en que conducía los destinos del club Boca Juniors, que tenía menos calle que Venecia, una más de esas metafóricas frases que grafican cómo se percibe a esos arquetípicos multimillonarios , y me parece que con bisoña sinceridad, Gustavo Pedraza se ha atrevido a reconocer que él y  Carlos Diego De Mesa Gisbert, carecen de lo mismo que según Maradona carece Macri, el mandamás bonaerense que se ha entregado con las manos “atados” al Fondo Monetario Internacional, cautivado por 50 mil millones de dólares y al carisma de su jefa, la longilínea Cristhine Lagarde.
Carlos D. dejó atrás esas aptitudes hipercríticas televisivas con las que defendía la capitalización pensada por Goni,   al haber decidido situarse en el barro de la politiquería de baja estofa con fuertes dosis de olvido e imprecisión, y cómo no, una insultante falta de autoexamen sobre su desempeño como sujeto de perfil público.
Si de honestidad intelectual se tratara, además, el candidato de CC debería obligarse a  escribirle una carta de agradecimiento al presidente del Estado Plurinacional que al nombrarlo portavoz de la causa marítima para el juicio ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) lo rescató de la intrascendencia con la que bajó de perfil en la última década impartiendo charlas a audiencias de universitarios desprevenidos y escribiendo sentencias en modo columna para diarios de derecha antimasistas en distinta gradación. Es a partir de Morales que Mesa decide labrar su candidatura y salir al paso ahora para acusarlo de “no tener calle” es cuando menos desagradecido.
Desde esta lectura, Carlos D. es el segundo candidato del MAS para las elecciones de octubre de este 2019, porque de no haber sido Evo,  no se habrían generado las condiciones para que el segundo vicepresidente de Goni  --quien se pasó por el forro el “ni olvido ni perdón” para reparar justicieramente la masacre de Octubre de 2003 producida en El Alto--, esté hoy nuevamente pontificando como sólo él sabe hacerlo en un contexto en el que sale ampliamente desfavorecido con esos insípidos encuentros de plaza principal que como bien ha dicho el Ministro Canelas saben a paquete turístico.
Y si de espacios públicos hablamos para intentar determinar quién conoce mejor estos, si Carlos D. o Evo Morales en un recuento de sus trayectorias, es necesario en primera instancia  definir que la carretera es la expresión rural de la calle urbana y  la cancha de fútbol del pueblo  el equivalente a la plaza del barrio, márgenes en los que nadie podrá desconocer –ni el propio Mesa, vecino acomodado del club de Golf de Mallasilla, La Paz—que Evo Morales ha sabido hacer de ese conocimiento y experiencia a cielo abierto, un instrumento de lucha que ha bloqueado muchísimas veces al partidismo MNR-MIR-ADN para defender la hoja de coca y los cocales, y para abrirse paso por esas mismas rutas, hacia la toma del poder como nunca antes había sucedido en Bolivia con un proyecto campesino de reivindicación de lo indígena, bajo los códigos del sindicalismo disciplinado al que la democracia meramente representativa no le era suficiente para buscar destino y luego empoderamiento en pleno arranque del siglo XXI, derrotando, entre otros, al mismísimo Mesa, el último de los presidentes neoliberales que dominaron nuestra escena entre 1985 y 2005 .
De calle le conocemos a Mesa que va al Megacenter de Irpavi para asistir al cine, generalmente acompañado por una amiga íntima, en su momento socia empresarial y mas tarde jefa de gabinete cuando ocupó el Palacio Quemado. Mesa no tiene calle o la tiene igual que Macri y tendrá que jalarle las orejas a Gustavo Pedraza por habernos removido la memoria. Como ejemplo demostrativo de esta afirmación, hay que recordar que huyó del Hernando Siles de un encuentro por copa Libertadores en el medio tiempo porque Bolívar perdía 1-5 contra el Atlético Paranaense (2002) y en la segunda etapa logró la proeza de lograr el 5-5 en un partidazo de esos que se recuerdan siempre.
Los que tenemos calle y nos conocemos al dedillo las arterias de nuestra La Paz, los que no negociamos los códigos de lealtad en la gradería futbolera, no nos movimos a pesar de la momentánea catástrofe, mientras él abandonaba la cómoda y exclusiva butaca numerada que tiene reservada invariablemente. Los goles de la academia los anotaron Miguel Mercado, Horacio Chiorazzo en dos oportunidades, Martin Lígori y Julio César Ferreyra y por supuesto que el opinador televisivo de entonces tuvo que resignarse a verlos en los reprises televisivos nocturnos.
El helicóptero que utiliza Evo Morales le sirve para bajar a la realidad de las provincias, aquellas, la gran mayoría, a las que ningún presidente en ejercicio jamás llegó. Mesa puede pretender hacerles creer a muchos lo que no es. Los que lo conocemos hace cuatro décadas, desde cuando trepaba con inequívoca prepotencia a  sus púlpitos de orador sentencioso, nos queda claro que se trata solamente de una figura pública sin la espontaneidad necesarias para el auténtico contacto callejero, tema sobre el que podría darle variadísimas lecciones el ahora presidente del Concejo Municipal de La Paz, Pedro Susz, con el que compartiera por muchos años la dirección de la Cinemateca Boliviana.




Originalmente publicado el 14 de marzo en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF)

domingo, 10 de marzo de 2019

El Patrón del Bien


Un relator de Fox Sports subrayó el homónimo: Pablo Escóbar Gaviria fue el Patrón del Mal, el jerarca del narcotráfico colombiano que tanta muerte y tragedia sembró en su país, pero como estaba jugando el partido que narraba por Copa Libertadores, este otro Pablo Escóbar (Olivetti) se convertía, a partir de ese momento, en el Patrón del Bien. Desde entonces, el gran capitán atigrado, de estirpe futbolera paraguaya por temperamento, valentía y compromiso ha hecho honor al sobrenombre que le quedará para siempre, pues no sólo fue Patrón en el sentido hacendal de la palabra, como propietario territorial del campo de juego, sino también en las connotaciones del patrón de comportamiento que supo imponer constituyéndose siempre en una misma persona, en la cancha, en el vestuario o en el comedor de diario de su casa en el que comparte con disciplina cotidiana con su familia de compañera e hija argentinas, y de pequeños hijos bolivianos.
El 18 de diciembre de 2018, tal como lo había anunciado un mes antes, se retiro de la práctica del fútbol, fiel a la seriedad con la que se toma a si mismo. Dijo que colgaría los botines y con todo el dolor de sus entrañas en un partido en que The Strongest goleó a Blooming de Santa Cruz por el torneo de la división profesional, anotó cuatro despidiéndose del verde césped honrando su palabra porque a sus cuarenta años resultaba sensato determinar la hora de la partida.
Si existe una idea-fuerza que todavía me liga al fútbol boliviano, como fiel hincha atigrado marcado por el destino antes de nacer, esa se llama Pablo Daniel Escóbar Olivetti, con quien tengo grabadas, transcritas y editadas diez horas de conversación que convertiremos en libro durante este año a pesar de los vientos y mareas que nos lo han impedido hasta ahora. Grabamos en la soledad y en el silencio de los recintos soleados y deshabitados del estadio Rafael Mendoza Castellón de Achumani a fines de 2017 y en esos diálogos queda evidenciado cuan importante es, por lo menos para mí, como persona y periodista, que un referente de multitudes tenga la entereza cotidiana para hacer coincidir el Ser y el Parecer.
Muy rápido, muy de buenas a primeras, Pablo se convirtió veinte días después en el entrenador del equipo al que le entregó lo fundamental de su vida deportiva y en el que supo cultivar sus valores personales. Formado en una escuela nacional y a través de un programa virtual de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), se hizo profesional en la materia y comenzó a dirigir a los compañeros con los que había compartido el tricampeonato y esa brillante Copa Libertadores de 2017 en la que Alejandro Chumacero fue uno de los goleadores con ocho anotaciones.
The Strongest está hoy en el podio de la tabla de posiciones del fútbol profesional, pero un traspié sufrido en condición de local, saliendo derrotado por Nacional Potosí, luego de ir ganando 2-0, el último jueves de febrero en el Hernando Siles,  ha situado a Pablo en zona de inestabilidad, de esas que suele fabricar cualquier hinchada a la que caracteriza el exitismo y la urgencia por resultados al día, asunto que exhibe el costado más desagradecido de este hecho socio cultural  llamado fútbol definido por el entrenador italiano Arrigo Sacchi como lo “más importante de lo menos importante”, considerando los millones de seguidores que en distintas intensidades consagran su tiempo libre animando a los equipos de los amores de cada quien.
La práctica dirigencial de los clubes bolivianos informa que ante las primeras señales de inestabilidad en materia de resultados, la propensión pasa por cambiar precipitadamente al técnico, y así tenemos varios que han girado una y otra vez por los mismos equipos, práctica que es una evidencia más de que en nuestro país el fútbol es frágil y poco competitivo internacionalmente, debido al cortoplacismo de miras. Mientras en el vecindario sudamericano se continúa trabajando en el mediano y largo plazo para generar nuevos valores de manera contínua, aquí se trata de de poner y sacar técnicos como si se tratara de pañuelos desechables: Se extraen de cajas que inicialmente tienen la apariencia de mágicas, se usan y se botan.
Los símbolos de las instituciones, aquellas figuras que han hecho historia por calidad, rendimiento y regularidad en cada una de sus actuaciones se merecen el respeto agradecido de sus seguidores. Ese es el trato que corresponde darle a este Patrón del Bien, un futbolista que ha vestido las camisetas atigrada y de la selección nacional con oficio, talento, pero sobre todo con una convicción propia de los líderes naturales, esos que deberán ser recordados por siempre, en este caso en las gradas de la Curva Sur del estadio de Miraflores, allí desde la cual, un puñado de delirantes y exitistas, confunde un mal resultado con una carrera impecable que se merece el bronce reservado para los héroes inmortales. 
Nuestro Pablo Escóbar es el Patrón del Bien,  y así lo tendremos presente por siempre aquellos que sentimos el “The Strongest levanta tu corazón” como una forma de ser, como una manera de vivir.


Originalmente publicado el 04 de marzo en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF)



lunes, 18 de febrero de 2019

El Alpacoma de la política boliviana

Se han apoderado de las redes sociales versión boliviana, unos especímenes que ejercitan su empeño cotidiano en hacer del nuestro, un país ridículo que apuesta a no tomarse en serio a si mismo y que ha convertido la repostulación de Evo Morales en el principio y el fin de la vida planetaria. Es para quedar impresionado y de tanto sin sentido perpetrado de a 140 caracteres por minuto, será bueno tener claridad y cierta experiencia para decidir si desternillarse de risa o ponerse a llorar con la dignidad de quien sabe hacerlo sin buscar consuelo.
Bolivia es hoy, en términos generales, una nación de naciones sin partidos políticos, y con candidatos presidenciales que compraron o se prestaron siglas. Mesa se hizo del FRI.  Cárdenas de UCS. Paz Zamora regresa a su fuente primigenia --el PDC-- que le cierra espacio a una señora que vive en un helicóptero creativo inventando bases venezolanas allí donde nunca las hubo ni las habrá.  El hijo del chapaco Gringo Limón encabeza la candidatura de un MNR que ya no es un partido hace mucho, sino una broma melancolica de un ayer que persiste en revalidarse durante un siglo XXI signado por nuevas formas de percibir y aprender la vida.
 Así tenemos a Mesa con la sigla del  partido fundado por el Motete Zamora que nació a la vida institucional como maoísta y acabó en los brazos de Paz Estenssoro y Banzer. También figura Cárdenas, el otrora katarista palmoteandose con unos reaccionarios e intolerantes evangélicos de Santa Cruz de la Sierra que, juntos, lograron manotear la sigla del partido de Max, el cervecero, un asistencialista que quiso ser presidente y encontró la muerte antes de  tiempo, pero más vale que ahorremos más descripciones allí donde lo que encontramos a cada paso son anécdotas, unas debajo de otras, en forma de tweets. Los dos, Mesa y Cárdenas, hay que recordarlo siempre, fueron vicepresidentes de Gonzalo Sánchez de Lozada y Sánchez Bustamante.
Con la excepción del Movimiento al Socialismo (MAS) que es una confluencia en que cohabita la multitud plebeya con todas sus formas, colores y olores, desafiando la autosuficiencia letrada de variados presuntuosos que leyeron mucho y comprendieron poco, y el centro derechista Movimiento Demócrata Social (MDS) de Santa Cruz, en la desintitucionalizada política boliviana hay siglas con personería jurídica vaciadas de inteligencia, visión de mundo, visión de país, militantes, instancias jerárquicas orgánicas o células barriales.  En el primer caso, el candidato formalmente ingresado en el escenario electoral –ese era su objetivo medular en estas primeras primarias—es el tres veces electo con mayoría absoluta Evo Morales, y en el segundo caso, encontramos a un Senador de nombre Oscar Ortíz que estoy casi seguro, ni siquiera sabe como ejecutar el paso básico de la cumbia.  El uno antiimperialista a más no poder, y el otro, pro yanqui, como lo confirman sus distintas ligazones con partidos políticos del circuito de la derecha latinoamericana alineada con Washington y con fundaciones entrenadas en tratar de penetrar sin permiso nuestras dignidades combatientes a tutelajes e injerencias como las que se ejercitan a diario contra la muy lastimada Venezuela de Nicolás Maduro.
Ese el patético panorama que nos encara hacia octubre de este recién nacido 2019: 1. Bolivia dijo no, pero también dijo Sí. 2. El Vice desplegando su mejor esfuerzo para explicar los impresionantes números de la nueva economía asentada en un modelo distinto al mercantil neoliberal, pero seguramente, como él mismo dijera, preocupado porque concurrieron a las urnas menos de la mitad de los militantes de su partido. 3. Samuel al que por fin le demostraron que no siempre una candidatura es posible solamente con una chequera rotunda y quedó fuera del ruedo sin siquiera haber ingresado al vestuario para jugar. 4. La sarta de portavoces remunerados, operadores disfrazados de analistas neutros que acuden a impartir capacitaciones a Los Yungas, que cuando están en la ciudad, juegan agazapados sobre sus teclados a escribir cuanta bazofia crean necesaria para hacer un Alpacoma virtual, un relleno que de sanitario tiene nada, y de miseria humana lo viene completando casi todo.
Y si de relleno sanitario las redes sociales invadidas por la politiquería no muestran nada, como botadero de desperdicios tóxicos cumplen todos los requisitos: Insultos, agravios, calumnias, injurias, difamaciones, racismo, misoginia, homofobia, falsedades e inexactitudes estadísticas, lo que significa que se han pasado trece años indigestados con el “Indio Presidente” y nunca se detuvieron a planear un proyecto genuinamente alternativo, capaz de remplazar la democracia pactada (1985 – 2005) que cumplió su ciclo hecha añicos y conseguir, con ambición inteligente, derribar el proyecto masista que a esta hora sigue siendo el único con Introducción, Desarrollo y Desenlace, tal como ya se pusiera de manifiesto en la Asamblea Constituyente en la que ganó el Sí frente  a la negación, esa con la que persisten en arrancar a Evo de la silla presidencial que ha pasado del piso dos del Palacio Quemado, al veintitantos de su nueva oficina situada en un rascacielos que lleva el nombre de Casa Grande del Pueblo, y en la que casi nunca está porque sigue viajando a tres o cuatro zonas rurales por día.
Frente a tan desolador panorama carente de creatividad, el pasado fin de semana fui a ver “La mula”, última película del gigante y conservador Clint Eastwood que a sus 90 años sigue demostrándonos que pueden existir ciudadanos de derecha dignos y coherentes, que si se atreven a ingresar en el circuito del narcotráfico articulado por los carteles mexicanos, saben que les espera la cárcel, declarándose culpables en los estrados judiciales sin necesidad de que los abogados hagan su trabajo…aquí no, los representantes del conservadurismo señorial y nostálgico no tienen nada que ofrecerle al país hasta ahora y cuando cometen delitos cuelgan el cartel de “persecución política”. Supongo que inventarán algo a  título de “programas de gobierno” en los próximos diez meses para justificar su travesía hacia las elecciones de octubre. Como alguna vez dijo el ahora octogenario Jaime Paz Zamora: Qué difícil es amar a Bolivia.





Originalmente publicado el 30 de enero en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF)

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