Después del trauma
colectivo producido por el descalabro del gobierno de la UDP (1982-1985),
fulminado por el salarialismo cobista y el boicot de las bancadas empresariales
instaladas en el parlamento de entonces
(MNR-ADN), se desdibujaba el horizonte utópico, propio de los idealismos de los
60 y 70, con la reaccionaria visión de los que se empeñaron en convencer a la
siempre temerosa y vacilante clase media que los comunistas asociados con los
miristas y los movimientistas de izquierda encabezados por Hernán Siles Zuazo,
se comerían a nuestros niños, nos arrebatarían nuestras casas y el populacho se
apoderaría el país. “La indiada se nos viene encima” diría una tía de esas que
respiraba racismo por todos los poros.
La hiperinflación
inauguró un estado de derecho con libertades libertinas que precipitaron el
adelantamiento de elecciones y la
apertura de una ventana por la que Jaime Paz Zamora se coló en la papeleta de
presidenciables, resignándose a que, finalmente su tío Victor (Paz Estenssoro)
sería presidente sin ganar elecciones, asociándose con Banzer como ya lo
hiciera en el golpe de Estado en 1971, inaugurando la democracia pactada
todavía sin repartija de poder y pegas: El General vivía urgido por demostrar
que era tan demócrata como sus pares de la multicolor y multisigno, con el
nefasto antecedente de que siete años antes cerraba otros siete de dictadura
con Plan Cóndor y masacres de Tolata y Epizana incluídas.
Desde entonces he
ejercido ciudadanía en las urnas, en aquella elección de 1985 votando en
blanco. Cuatro años después no dudé en marcar por el candidato que se desataba
las manos y evitaría que el ex dictador ingresara a Palacio por la compuerta
democrática: Goni no era de izquierda,
pero su aparente centrismo prometía librarnos del reingreso de la bota militar con el betún abrillantado por
ese voto duro con promedio de 20 por
ciento, a la silla presidencial. Años después caeríamos en cuenta que el
dictador desarrollista de los 70 no era desde la ideología económica muy diferente
de ese Sánchez de Lozada que terminó sus días de vida pública como un vulgar
represor inducido al suicidio poltico por su Ministro de Defensa, Carlos
Sánchez Berzaín.
Banzer, Paz
Estenssoro y Sanchez de Lozada, secundados por Paz Zamora, adscribieron a
Bolivia al unipolar neoliberalismo que impidió por dos décadas consecutivas la
emergencia de un proyecto alternativo que nos permitiera comprobar esperanzados
que otra izquierda era posible. Así sobrevivimos durante ese tiempo en el que
nos convencieron que el pragmatismo insensibilizado con las variopintas
demandas sociales era el único camino para que el país no se nos muriera.
Rehacios al
militarismo dictatorial sudamericano de los 70-80 debidamente digitado por el departamento de
Estado norteamericano, creímos con espantosa ingenuidad que Goni sería el
empresario distinto que cambiaría las cosas, pero lo único que logró fue
posponer, --aparte de dibujar las condiciones del nuevo saqueo a cargo de las
transnacionales que tomaría forma en su siguiente gobierno (2002-2003) -- la
llegada del General a la presidencia, cosa que finalmente sucedería en 1997,
elección en la que al igual que en 1993, no volví a votar por el que ni
siquiera llegó a Bachelor en Filosofía y Letras de la Universidad de Chicago,
cineasta aficionado y exitoso millonario de la empresa minera mediana COMSUR.
Voté por Goni en 1989,
y en elecciones municipales una vez por Juan del Granado (2004) y otras dos por
Luis Revilla (2010 y 2015), convencido de la importancia de la continuidad
institucional y programática para La Paz, y fue en 2002 que sufragué por
segunda vez en mi vida electoral por un candidato presidencial con el criterio
de no entregarle el parlamento en charola de plata a los gonistas, banzeristas
y a los manfredistas (de Reyes Villa) y decidí marcar por Evo Morales que
perdió apenas por una diferencia de 1.62 por ciento de los votos con un extraño
corte de luz en medio de un crucial recuento nunca debidamente explicado por
esa Corte Nacional Electoral presidida por nuestro maestro de la Comunicación,
Luis Ramiro Beltrán. A partir de entonces continué votando por Evo --2005, 2009
y 2014--, y además voté por el Sí en el referéndum revocatorio que se
transformó en ratificatorio (2008), lo mismo que por la nueva constitución
política (2009) y por una nueva repostulación el año 2016 con el mismo criterio
por el que voté por Del Granado y Revilla para Alcaldes, el de la prioritaria
continuidad, en el entendido de que el ciclo político que persigue el objetivo
central de la erradicación total de la pobreza extrema no debía ser
interrumpido en el contexto de la llamada Agenda 2025, objetivo mucho más
posible de alcanzar con el nuevo modelo económico que con el clásico liberal
del que ya sabemos cómo fracasó y por qué terminó desmoronándose con presidente
escapando en helicóptero desde el colegio Militar de Irpavi.
En la democracia de
elección presidencial indirecta, Paz Estenssoro fue presidente con el 30 por
ciento de los votos (1985), Paz Zamora apenas con el 22 por ciento (1989),
Sanchez de Lozada con el 35 por ciento (1993), Banzer nada más que con el 22
por ciento (1997), con el mismo porcentaje Sanchez de Lozada para su segundo
mandato –22 por ciento—(2002) y luego vendrían las palizas de legitimidad
propinadas por el sorprendente Evo Morales que ganó la primera vez con 54 por
ciento (2005), 64 por ciento la segunda (2009) y 61 por ciento la tercera
(2014).
En el referéndum
revocatorio convertido en ratificatorio, Morales logró un aplastante 67 por
ciento (2008) y la aprobación de la nueva Constitución Política del Estado
alcanzó un 61 por ciento (2009). Desde entonces nos convertimos en Estado
Plurinacional de Bolivia y demasiadas cosas han cambiado significativamente
para el país, incluída una trama de culebrón muy de melodrama latinoamericano,
en el que una señora que ha debido pasar una apreciable cantidad de veces por
el cirujano plástico jugó a la mentira mediática propiciada por algún loco del
parque -- todas las ciudades tienen sus
locos del parque—que primero afirmó que esta dama había sido madre de un hijo
del presidente, para luego de conseguido el triunfo del No el 21F, el mismo
personaje dijera que no había hijo. La acusación pasaba por tráfico de
influencias entre esta señora de apellido Zapata y el primer mandatario, cosa
que nunca pudo demostrarse , pero que sirvió perfectamente, a través de una
mentirosa operación mediática, para que el No se impusiera al Sí por tres
puntos, cerrándole el paso a la modificación del artículo 168 de la Constitución
Política del Estado que permitiría la repostulación presidencial.
Esta es la historia
electoral boliviana en las casi cuatro décadas de democracia ininterrumpida de
la que goza Bolivia. Hoy nos encontramos en un atolladero polarizador porque una
sentencia constitucional habilitó a Evo Morales para ser nuevamente candidato en
las elecciones de octubre de 2019, reconociendo su derecho humano a postularse.
Bolivia dijo No, pero Bolivia también dijo Sí –51 contra 48 por ciento—y esa es
la contradicción principal entre quienes profieren alaridos en sentido de que
Evo no tiene más derecho a ser candidato, y los otros, pertenecientes a las
organizaciones de indígenas, campesinos, trabajadores urbanos y neocapitalistas
de nuevo tiempo, están persuadidos de lo contrario. El show debe continuar.
Originalmente publicado en la sección Opinión de la Agencia de Noticias Fides (ANF) el 18 de diciembre